Estos días no se habla de otra
cosa en los EE UU, todo el mundo quiere saber los pormenores del informe que el
presidente Obama ha encargado a la CIA y que se quiere presentar en el Congreso
antes de la toma de posesión de Donad Trump, que será el día 20 de este mes de
enero. El jueves 5 de enero comparecía en el Senado el todavía director de la Inteligencia Nacional, James Clapper, para acusar a Vladimir Putin, de ciberespionaje. El Partido Demócrata lleva tiempo acusando a
Rusia de interferir en la campaña electoral y en el propio resultado de las
elecciones norteamericanas, aunque hasta el momento, tampoco en el Senado, no se ha aportado ninguna
prueba de que eso sea cierto.
A mí esta afición que tienen
algunos a inventarse conspiraciones me resulta familiar, en España hemos vivido
algo parecido. Me vienen ahora a la mente los cosas tremendas que se dijeron, y
que algunos todavía sostienen, a raíz de los terribles atentados del 11M.
Recordemos que hubo gente que, en su delirio, decían que ETA se había puesto de
acuerdo con el PSOE para cometer los atentados y que el PP perdiera las elecciones.
La verdad, como todos sabemos, es que fueron los yihadistas los que cometieron
los atentados de Madrid, pero el Gobierno de Aznar sabía que los españoles, que
habían salido a la calle a protestar en masa contra la participación de nuestro
país en la Guerra de Irak, relacionarían ambas cosas y eso les costaría las elecciones.
Por eso el Gobierno del PP mintió en contra de los informes policiales, porque las
elecciones se iban a celebrar de inmediato.
¿Qué sentido tiene que
ahora, cuando las elecciones ya las ha ganado Donald Trump, y eso no se va a
poder revertir, la administración demócrata y los servicios de inteligencia
norteamericanos estén empeñados en acusar a Rusia de la derrota de Hillary
Clinton y en llevar este asunto al Congreso y a las primeras páginas de los
periódicos? pues mediatizar las futuras actuaciones de Trump, envenenar las relaciones
con Rusia y hacer imposible un entendimiento del nuevo presidente de los EE UU
con Vladimir Putin sobre asuntos muy importantes, como la lucha contra el
terrorismo yihadista y, sobre todo, torpedear cualquier esperanza sobre un
entendimiento estratégico que ponga en peligro el entramado militar-industrial
de los EE UU, tanto de sus intereses económicos, como de su influencia
política. No debemos olvidar que Obama, a pesar de haber recibido el Premio
Nobel de la Paz, ha aprobado unos Presupuestos de Defensa astronómicos durante
su mandato, que exceden en mucho las necesidades militares reales de los EE UU.
Los que están acostumbrados a
conspirar acusan a otros de conspiración. Pero, las conspiraciones que hemos visto en los últimos años no han
sido las de Rusia, sino las de los que apoyaron un golpe de Estado en Ucrania,
con la esperanza de cambiar la situación estratégica en el Mar Negro, y las de
los que pretenden gestionar el caos que provocan los terroristas yihadistas,
bombardeándolos en un sitio y apoyándolos de tapadillo en otro. Rusia ha
calificado de “gratuitas” las acusaciones de la CIA, después de que la agencia
de inteligencia concluyera que Moscú interfirió en las elecciones
estadounidenses para favorecer al candidato Donald Trump, “algunas de esas
acusaciones no se sostienen en ninguna información, ni en pruebas, pareces
acusaciones no profesionales que nada tienen que ver con la
realidad”, ha dicho el Kremlin. El fundador de WikiLeaks, Julian Assange, al
que la CIA también ha pretendido implicar en el asunto, ha manifestado que “ni
Rusia ni ningún otro Gobierno han sido los proveedores de los correos filtrados
de la campaña de Hillary Clinton y que la acusación es un intento de deslegitimar
el triunfo de Donald Trump".
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