Este año 2.017 hay elecciones muy
importantes en Europa, porque estamos hablando de países que representan casi el
40% del Producto Bruto de la Unión Europea, que suman muchos millones de
habitantes y que tienen un peso político fundamental y hasta hegemónico en las
políticas europeas y en las instituciones de la Unión. El 15 de marzo hay
elecciones generales en los Países Bajos, en junio, seguramente a dos vueltas,
serán las elecciones presidenciales en Francia y el 24 de septiembre están
convocadas las elecciones generales en Alemania.
Tras lo que sucedió en 2.016 con
el Brexit en Reino Unido y con la elección de Donald Trump como presidente de
los EE UU, los mandatarios europeos y los candidatos de los partidos
tradicionales están sumidos en el vértigo. Unos están sujetos a los brazos de
su sillón, perplejos, y se agarran con fuerza para no desplomarse del mareo y
otros van diciendo tonterías a la gente y a los medios, tan perdidos como un
pollo sin cabeza. Si los precedentes acojonan, las encuestas de intención de
voto que manejan no dejan lugar a dudas. A veces los terremotos van precedidos
de movimientos sísmicos que los hacen totalmente previsibles.
Asistimos a un fenómeno que no se
producía desde antes de la Segunda Guerra Mundial, la gente no vota en clave de
izquierda o derecha, sino por desesperación y venganza, unos, los perjudicados
por todo lo que ha sucedido, y por mantener el statu quo los otros, los que se han
beneficiado de ello. El problema es que son muchos mas los primeros que los
segundos. La disyuntiva izquierda-derecha también se ha diluido, como un
azucarillo en el café, porque los partidos socialistas han implementado
políticas económicas que en nada se diferenciaban de las de los partidos
conservadores y mientras eso sucedía alimentaban otras alternativas.
La gran bolsa de votos no son los
millonarios, esos no votaron por el Brexit ni por Donald Trump, sino los trabajadores,
los funcionarios, los pensionistas y los jóvenes. Esos ciudadanos están muy
cabreados y cuando la gente está enfadada hasta el punto en que lo está puede
pasar cualquier cosa, como ya hemos visto. Es muy importante determinar e
identificar claramente que cuestiones van a decidir el voto. Yo creo, sin temor
a equivocarme, que, aunque no son las únicas, hay dos que sobresalen sobre las
demás: El problema de la inmigración y las ganas de poner en su sitio a los que
llevan mucho tiempo riéndose de los ciudadanos. Estoy seguro de eso porque esas
dos motivaciones fueron las responsables de las hecatombes electorales británica y norteamericana. El que no lo vea
que se compre unas gafas.
En contra de lo que muchos creen,
yo no pienso que la crisis económica y sus consecuencias sean decisivos en el
voto de la gente, sino que, mientras los ciudadanos están pagando las
fechorías, los protagonistas de las pifias se han ido de rositas. Aún peor,
mientras dicen que nos apretemos el cinturón, siguen haciendo de las suyas,
como incluir a sus esposas y sus amantes, por ejemplo, en las nóminas públicas
a cambio de no hacer nada, como hemos visto en Francia. La venganza contra los
políticos es un plato que se toma frío y en las urnas.
Aunque a la gente la han querido
convencer de lo contrario, los problemas que ha generado la inmigración masiva
son tremendos. Ese fenómeno ha sido a veces provocado por las guerras que los
que nos gobiernan han provocado y/o alimentado y otras por una permisibilidad
que tenía un motivo: disponer de un ejército de reserva que presionara a los
demás trabajadores a peores condiciones salariales y laborales, única manera de
competir en un mundo de economía globalizada donde países como China o India
pueden producir barato porque tienen salarios de miseria. Los gobernantes han
pedido solidaridad a los que les estaban haciendo la puñeta.
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