Ante la situación extremadamente
grave que la intervención de la OTAN, para acabar con Al Gaddafi y quedarse con
el petróleo de aquel país, ha provocado en Libia, donde no hay Gobierno, los
yihadistas del Estado Islámico se han hecho fuertes y donde centenares de miles
de subsaharianos (en Libia trabajaban unos dos millones) esperan cruzar el Mediterráneo
hacia Europa, se está empezando a hablar en algunas cancillerías de preparar
una segunda intervención armada, ahora también con tropas en tierra, antes de
que la situación sea aún peor, no para los libios, eso parece importar poco, sino
para Europa.
Debemos recordar las cosas que se
dijeron y las que se hicieron en 2.011 para intervenir en Libia: Francia, cuyo
imperialismo en África no es admisible en pleno siglo XXI, fue la que,
aprovechando las “primaveras árabes”, presionó a sus aliados para intervenir en
aquel país y extender su influencia y la de sus empresas allí. Alemania,
prudentemente, no se apuntó a aquella aventura, pero otros, empezando por los
EE UU, lo hicieron de buen grado. La OTAN y sus aliados árabes, desde Egipto a
los regímenes feudales, organizaron grupos de mercenarios, los financiaron y
los armaron, como muchos años antes habían hecho en Afganistán, o mas
recientemente en Siria, con los resultados por todos conocidos. Cientos de
vehículos 4x4 de la marca Toyota, completamente nuevos, fueron entregados
gentilmente por Arabía Saudí a los rebeldes, previamente artillados en Egipto con
ametralladoras pesadas, cañones sin retroceso o morteros, procedentes de Ucrania.
Cuando el Gobierno libio empezó a utilizar su aviación para frenar la amenaza,
los aliados occidentales, con la ingenuidad de Rusia y China, obtuvieron un mandato
del Consejo de Seguridad de la ONU para establecer una exclusión aérea “que
evitara la masacre de civiles”. Naturalmente, aquel mandato, como se había
hecho años antes en Kosovo, sirvió para que los cazabombarderos de la OTAN no
se dedicaran tanto a interceptar los aviones del ejército libio, que también,
como para bombardear objetivos militares y dar apoyo aéreo a los mercenarios.
Aquella guerra acabó con el linchamiento de Al Gaddafi y después, sin el
control de su régimen, como ha ocurrido en Iraq y Siria, proliferaron los
grupos armados dedicados al robo y el pillaje, pues el dinero que llegaba de
Arabia Saudí y Qatar para pagarles dejó de fluir generosamente.
Aquella fechoría costó miles de
muertos y la destrucción de un país que tenía un sátrapa como presidente, sí,
pero que estaba en paz, controlado y que gozaba de la segunda renta per cápita
de África. Por cierto, con aquel sátrapa compadrearon durante mucho tiempo
todos los mandatarios de los países de la OTAN, como prueban las fotografías
que se pueden ver en Internet.
Ante los desastrosos resultados
que la aventura libia ha traído consigo, la opinión pública no puede tragar
otra vez con los falsos argumentos y las mentiras que los mismos que
patrocinaron y apoyaron aquella guerra ya están cocinando. Solo puede haber una
intervención si es en el marco del Consejo de Seguridad de la ONU, con un
mandato muy claro y no solamente con tropas de la OTAN. Esta vez Rusia y China,
que tienen derecho de veto, no van a ser tan cándidas, y tampoco los ciudadanos
europeos y norteamericanos serios y responsables.
FOTO: yihadistas del EI se preparan para degollar cristianos en una playa libia.