El nuevo presidente norteamericano,
Donald Trump, no solo se ha enfrentado ya al Partido Demócrata, a los senadores
republicanos del establishment, comprometidos con las grandes corporaciones y
el entramado militar-industrial, como John McCain, a México, a periódicos y
cadenas de televisión importantes, a mas de medio país, en resumen, a todo
Cristo, además se ha metido con China, país al que todo el mundo le baila el
agua. El enfrentamiento, de momento solo dialéctico, empezó por el afán
proteccionista de Trump, que ya ha declarado en varias ocasiones que pondrá
grandes aranceles a los productos chinos, pero ha seguido en otros asuntos, el
último la amenaza de intervención norteamericana para impedir el acceso de
tropas y armas chinas a las islas artificiales que el gigante asiático ha
construido en la zona meridional del Mar de China. Pero, el triunfo de Trump y
sus cosas es solo un ingrediente más de la preocupante situación que se vive en
aquella zona del mundo, que se ha agravado en los últimos tiempos merced a la
irresponsabilidad de unos cuantos Gobiernos.
En Europa a veces nos cuesta
entender y no prestamos demasiada atención a lo que pasa en el Extremo Oriente
y en el Pacífico, pero, para los norteamericanos esa preocupación está grabada
en el subconsciente colectivo. Debemos recordar que la Segunda Guerra Mundial
no solo se desarrolló en Europa, también en el Pacífico, y que si en el Viejo
Continente cayeron unos cuantos miles de americanos, en la guerra contra Japón fueron
muchísimos mas. Si a eso añadimos las guerras de Corea y Vietnam podremos tener
una perspectiva mas lúcida del problema.
China se ha convertido en una
potencia mundial y eso tiene repercusiones de todo tipo, principalmente
económicas y estratégicas, pero los dirigentes chinos se equivocarían si,
respaldados por su fuerza, intentaran imitar las actitudes y modos de hacer de
otras potencias que tantas veces, con razón, han tildado de imperialistas y que
tanto han hecho padecer al pueblo chino. Algunos nunca hemos puesto en duda la
soberanía China sobre Taiwán, Tibet, Hong Kong o Macao y encontramos razonable
que los dirigentes de la RPCh quieran la total reunificación del país, pero eso
no quiere decir que admitamos que esto se consiga de cualquier manera, sin
contar con la opinión de los chinos de esos territorios patrios e imponiendo la
doctrina de los hechos consumados y la fuerza. China ha cometido varios errores
en su reciente historia, me viene a la mente, por ejemplo, la invasión de
Vietnam, pero los mayores seguramente han sido no ver las perniciosas
consecuencias de una industrialización y un crecimiento no bien planificado,
que ha generado gravísimos problemas, como el de la contaminación, y el cambio
de actitud, pasando de la tradicional modestia de los sabios, tan de Confucio, que
tan buen resultado ha dado, a una nueva chulería, que se diferencia muy poco de
la que tradicionalmente han tenido los EE UU. En este sentido, la construcción
de islas artificiales para utilizarlas como plataformas militares y para
anexionarse aguas jurisdiccionales no parece sensato. Y no lo es porque en el
mundo en que vivimos la opinión pública tiene mucho peso sobre las decisiones y
las actuaciones de los Gobiernos y al final quien tiene razón casi siempre gana.
Si al conflicto sin resolver
entre Taiwán y la madre patria China, sumamos la instalación del escudo
antimisiles norteamericano en Japón, las payasadas y bravuconerías del régimen
stalinista de Corea del Norte, el giro estratégico de Filipinas y las islas
artificiales chinas tenemos un cóctel explosivo al que solo le faltaba la mecha
de Donald Trump. Esperemos que Vladimir Putin, que es amigo de ambos y que
parece, también para la opinión pública, el único estadista cabal, logre que
impere la sensatez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario