domingo, 15 de enero de 2017

CHINA, EE UU Y LA OPINIÓN PÚBLICA

El nuevo presidente norteamericano, Donald Trump, no solo se ha enfrentado ya al Partido Demócrata, a los senadores republicanos del establishment, comprometidos con las grandes corporaciones y el entramado militar-industrial, como John McCain, a México, a periódicos y cadenas de televisión importantes, a mas de medio país, en resumen, a todo Cristo, además se ha metido con China, país al que todo el mundo le baila el agua. El enfrentamiento, de momento solo dialéctico, empezó por el afán proteccionista de Trump, que ya ha declarado en varias ocasiones que pondrá grandes aranceles a los productos chinos, pero ha seguido en otros asuntos, el último la amenaza de intervención norteamericana para impedir el acceso de tropas y armas chinas a las islas artificiales que el gigante asiático ha construido en la zona meridional del Mar de China. Pero, el triunfo de Trump y sus cosas es solo un ingrediente más de la preocupante situación que se vive en aquella zona del mundo, que se ha agravado en los últimos tiempos merced a la irresponsabilidad de unos cuantos Gobiernos.
En Europa a veces nos cuesta entender y no prestamos demasiada atención a lo que pasa en el Extremo Oriente y en el Pacífico, pero, para los norteamericanos esa preocupación está grabada en el subconsciente colectivo. Debemos recordar que la Segunda Guerra Mundial no solo se desarrolló en Europa, también en el Pacífico, y que si en el Viejo Continente cayeron unos cuantos miles de americanos, en la guerra contra Japón fueron muchísimos mas. Si a eso añadimos las guerras de Corea y Vietnam podremos tener una perspectiva mas lúcida del problema.
China se ha convertido en una potencia mundial y eso tiene repercusiones de todo tipo, principalmente económicas y estratégicas, pero los dirigentes chinos se equivocarían si, respaldados por su fuerza, intentaran imitar las actitudes y modos de hacer de otras potencias que tantas veces, con razón, han tildado de imperialistas y que tanto han hecho padecer al pueblo chino. Algunos nunca hemos puesto en duda la soberanía China sobre Taiwán, Tibet, Hong Kong o Macao y encontramos razonable que los dirigentes de la RPCh quieran la total reunificación del país, pero eso no quiere decir que admitamos que esto se consiga de cualquier manera, sin contar con la opinión de los chinos de esos territorios patrios e imponiendo la doctrina de los hechos consumados y la fuerza. China ha cometido varios errores en su reciente historia, me viene a la mente, por ejemplo, la invasión de Vietnam, pero los mayores seguramente han sido no ver las perniciosas consecuencias de una industrialización y un crecimiento no bien planificado, que ha generado gravísimos problemas, como el de la contaminación, y el cambio de actitud, pasando de la tradicional modestia de los sabios, tan de Confucio, que tan buen resultado ha dado, a una nueva chulería, que se diferencia muy poco de la que tradicionalmente han tenido los EE UU. En este sentido, la construcción de islas artificiales para utilizarlas como plataformas militares y para anexionarse aguas jurisdiccionales no parece sensato. Y no lo es porque en el mundo en que vivimos la opinión pública tiene mucho peso sobre las decisiones y las actuaciones de los Gobiernos y al final quien tiene razón casi siempre gana.

Si al conflicto sin resolver entre Taiwán y la madre patria China, sumamos la instalación del escudo antimisiles norteamericano en Japón, las payasadas y bravuconerías del régimen stalinista de Corea del Norte, el giro estratégico de Filipinas y las islas artificiales chinas tenemos un cóctel explosivo al que solo le faltaba la mecha de Donald Trump. Esperemos que Vladimir Putin, que es amigo de ambos y que parece, también para la opinión pública, el único estadista cabal, logre que impere la sensatez.

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