El Tribunal Penal Internacional
para la Antigua Yugoslavia (TPIY) ha condenado a cadena perpetua a Ratko Mladic,
que dirigió militarmente, junto con el que ya cumple condena de 40 años,
Radoval Karadzic, que lo hizo políticamente y era el comandante supremo, a las
tropas serbio-bosnias en la Guerra de Bosnia. Aunque nada va a devolver los muertos
a sus familias, esta condena es una especie de bálsamo tardío al sufrimiento de
tantas madres que vieron como asesinaron a sus maridos, sus hermanos y sus
hijos. Todo el mundo conoce lo que sucedió en Srebrenica, como 8.000 musulmanes
fueron masacrados y como los cascos azules holandeses miraron para otro lado. Y
si alguien no lo sabe se lo van a recordar estos días todos los medios de
comunicación. Pero yo voy a contar otra historia, la que no va a salir en los
periódicos ni en las televisiones, la de los también criminales de guerra,
actores principales en la Guerra de los Balcanes, que se han ido de rositas.
Para los serbios el tribunal que
ha condenado a Mladic no es un tribunal para condenar los crímenes de guerra,
es un tribunal para condenarlos a ellos. Lo que sucedió en la antigua Yugoslavia
y sus condicionantes históricos no da
para escribir un libro, sino una enciclopedia, y no voy ni siquiera a
intentar explicarlo aquí. Solo decir que la Guerra de Yugoslavia no habría
acontecido sin el apoyo de los países occidentales y de la OTAN a las
repúblicas que dinamitaron la Federación. Situémonos en aquel contexto
histórico, con la URSS desintegrada y donde solo había un país en Europa, ya no
comunista, pero todavía con una buena parte de su economía bajo autogestión y
liderando movimientos que hoy no pintan nada pero entonces sí, como el
Movimiento de los Países no Alineados. Había que acabar con ese país, trocearlo
y adueñarse de él. Solo hay que ver donde están hoy política y económicamente las
pequeñas naciones que emergieron de aquel conflicto.
El problema no fue solo que se
cargaron Yugoslavia, el problema fue que en algunas de aquellas repúblicas
federadas, como Bosnia, había una gran población serbia, una población que
había que eliminar, bien físicamente o étnicamente, echándola de sus casas.
Así, el 4 de agosto de 1.995 el presidente croata, Franjo Tudjan, envió un
millón de soldados que invadieron la Krajina previo bombardeo con artillería
pesada. La Krajina ocupaba casi un tercio de Croacia y en ella vivían, desde
hacía siglos, cientos de miles de serbios. La “Operación Tormenta” echó, entre
violaciones y crímenes abominables, en solo cuatro días a mas de 250.000
serbios de sus casas, que tuvieron que huir con lo puesto. Un guion similar,
aunque menos “exitoso” se siguió en Kosovo, cuna de la nación Serbia. Los
serbios veían estupefactos como los musulmanes albaneses que había emigrado a Kósovo
tras la Segunda Guerra Mundial, y cuya tasa de natalidad cuadriplicaba la suya,
se hacían dueños de su patria, querían la independencia y también querían
echarlos de sus casas, como había sucedido en otras partes de Yugoslavia. Se
resistieron y todavía siguen haciéndolo.
La intervención de las potencias
occidentales y de la OTAN en el conflicto yugoslavo fue grosera, como lo sería
luego en Ucrania. Muy poca gente en España, por ejemplo, sabe que en nuestro
país Al Qaeda gozaba entonces de total impunidad para reclutar mercenarios
musulmanes para luchar en los Balcanes, y no solo en España. Por eso los
serbios no reciben con agrado que los criminales no lo son tanto si fueron
aliados de Occidente. El mismo tribunal que ha condenado a Ratko Mladic dejó en
libertad a los generales croatas Ante Gotovina, que había sido detenido en
Canarias, y Mladen Markac, protagonistas destacados de los crímenes de la
Krajina y ni se le ocurre dictar orden de detención contra el presidente de Kosovo,
Hashim Traçi, otro conocido terrorista.
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