jueves, 23 de noviembre de 2017

RATKO MLADIC CONDENADO

El Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia (TPIY) ha condenado a cadena perpetua a Ratko Mladic, que dirigió militarmente, junto con el que ya cumple condena de 40 años, Radoval Karadzic, que lo hizo políticamente y era el comandante supremo, a las tropas serbio-bosnias en la Guerra de Bosnia. Aunque nada va a devolver los muertos a sus familias, esta condena es una especie de bálsamo tardío al sufrimiento de tantas madres que vieron como asesinaron a sus maridos, sus hermanos y sus hijos. Todo el mundo conoce lo que sucedió en Srebrenica, como 8.000 musulmanes fueron masacrados y como los cascos azules holandeses miraron para otro lado. Y si alguien no lo sabe se lo van a recordar estos días todos los medios de comunicación. Pero yo voy a contar otra historia, la que no va a salir en los periódicos ni en las televisiones, la de los también criminales de guerra, actores principales en la Guerra de los Balcanes, que se han ido de rositas.
Para los serbios el tribunal que ha condenado a Mladic no es un tribunal para condenar los crímenes de guerra, es un tribunal para condenarlos a ellos. Lo que sucedió en la antigua Yugoslavia y sus condicionantes históricos  no da para escribir un libro, sino una enciclopedia, y no voy ni siquiera a intentar explicarlo aquí. Solo decir que la Guerra de Yugoslavia no habría acontecido sin el apoyo de los países occidentales y de la OTAN a las repúblicas que dinamitaron la Federación. Situémonos en aquel contexto histórico, con la URSS desintegrada y donde solo había un país en Europa, ya no comunista, pero todavía con una buena parte de su economía bajo autogestión y liderando movimientos que hoy no pintan nada pero entonces sí, como el Movimiento de los Países no Alineados. Había que acabar con ese país, trocearlo y adueñarse de él. Solo hay que ver donde están hoy política y económicamente las pequeñas naciones que emergieron de aquel conflicto.
El problema no fue solo que se cargaron Yugoslavia, el problema fue que en algunas de aquellas repúblicas federadas, como Bosnia, había una gran población serbia, una población que había que eliminar, bien físicamente o étnicamente, echándola de sus casas. Así, el 4 de agosto de 1.995 el presidente croata, Franjo Tudjan, envió un millón de soldados que invadieron la Krajina previo bombardeo con artillería pesada. La Krajina ocupaba casi un tercio de Croacia y en ella vivían, desde hacía siglos, cientos de miles de serbios. La “Operación Tormenta” echó, entre violaciones y crímenes abominables, en solo cuatro días a mas de 250.000 serbios de sus casas, que tuvieron que huir con lo puesto. Un guion similar, aunque menos “exitoso” se siguió en Kosovo, cuna de la nación Serbia. Los serbios veían estupefactos como los musulmanes albaneses que había emigrado a Kósovo tras la Segunda Guerra Mundial, y cuya tasa de natalidad cuadriplicaba la suya, se hacían dueños de su patria, querían la independencia y también querían echarlos de sus casas, como había sucedido en otras partes de Yugoslavia. Se resistieron y todavía siguen haciéndolo.

La intervención de las potencias occidentales y de la OTAN en el conflicto yugoslavo fue grosera, como lo sería luego en Ucrania. Muy poca gente en España, por ejemplo, sabe que en nuestro país Al Qaeda gozaba entonces de total impunidad para reclutar mercenarios musulmanes para luchar en los Balcanes, y no solo en España. Por eso los serbios no reciben con agrado que los criminales no lo son tanto si fueron aliados de Occidente. El mismo tribunal que ha condenado a Ratko Mladic dejó en libertad a los generales croatas Ante Gotovina, que había sido detenido en Canarias, y Mladen Markac, protagonistas destacados de los crímenes de la Krajina y ni se le ocurre dictar orden de detención contra el presidente de Kosovo, Hashim Traçi, otro conocido terrorista.

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