La huelga general política del 8
de noviembre en Cataluña, que había sido convocada por el sindicato
independentista Intersindical-CSC y que no contó con el apoyo de los sindicatos
mayoritarios, CC OO y UGT, fue un estrepitoso fracaso, tanto es así que el
consumo eléctrico, un baremo no subjetivo para medir la actividad, no solo no
disminuyó, sino que aumentó. Todos los grandes centros comerciales,
supermercados y pequeño comercio abrieron con normalidad, ninguna industria vio
alterada su producción y los trabajadores acudieron normalmente a sus puestos. Solo los cortes de
tráfico que grupos de estudiantes, perfectamente organizados y dirigidos por la
maquinaria independentista, efectuaron en carreteras, autopistas y vías férreas
alteraron en alguna medida lo que fue un día laboral totalmente normal. Este
fracaso demuestra que la fuerza del independentismo no es tanta como nos
quisieron hacer ver y que se sustenta, sobre todo, en la perfecta organización
y planificación de sus acciones, sean estas callejeras propagandísticas o
institucionales. También empieza a ser patente el hartazgo de muchos catalanes
con todo lo que está sucediendo, sin poder llevar a los niños a clase,
aguantando caravanas kilométricas y viendo cada vez más, con sus propios ojos,
que lo que les habían vendido los secesionista era una patraña que solo lleva
al desastre.
Yo voy extraer dos conclusiones que
considero importantes de lo que ha sucedido en la huelga política ilegal del 8
de noviembre, al margen de su fracaso: en primer lugar, la estrategia del
Gobierno de Rajoy, con la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría dirigiendo
el cotarro, sigue centrada en ceder la iniciativa a los independentistas, que
estos se cuezan en su propia salsa y que todos los catalanes se den cuenta de que
los han metido en una olla con el agua hirviendo. Por eso y porque el Gobierno
de España, al no haber sabido ganar la batalla mediática, está acomplejado, no
intervinieron la Guardia Civil y la Policía Nacional para despejar las carreteras
y las estaciones y vías férreas, dejando que grupos de estudiantes, a veces
unas pocas docenas, provocaran caravanas kilométricas de camiones, muchos con
productos perecederos, y que miles de automóviles, incluso con niños en su
interior, tuvieran que estar hasta 14 horas en la carretera sin agua y sin
comida, mientras Los Mosoos, como se vio el 1-O permanecían sin hacer su
trabajo. Rajoy no va a cambiar ahora de carácter y prefiere el caos a imágenes
de las Fuerzas del Orden cargando contra los piquetes. En segundo lugar, no
podemos perder de vista la estrategia de los golpistas, que se han hartado de
repetir como loros su falso pacifismo y su no violencia, una no violencia que
usan para arrollar, eso sí, brazos en alto, a la Policía y que, cuando pueden,
dejan en segundo plano para patear agentes y destrozar vehículos de la Guardia
Civil. La no violencia puede ser muy violenta. Me viene a la memoria, sirva
como ejemplo, lo que sucedió en el Sáhara Occidental. En 1.976 España abandonó
el Sáhara y a los saharauis a su suerte, estamos hablando de personas que
tenían, salvando las distancias, como los catalanes, carnet de identidad y
pasaporte español. El rey Hassan II de Marruecos, padre del actual monarca,
organizó una gran marcha “pacífica”, "La marcha verde", de decenas de miles de personas, con
mujeres y niños al frente, que cruzaría la frontera e invadiría el Sáhara
Occidental para apropiarse Marruecos de aquella tierra y de sus riquezas. El
Ejército español, que había estado minando la frontera, enterrando carros de
combate M-47 en la arena y desplegando piezas de artillería, recibió la orden
de retirarse, no se podía disparar contra gente pacífica. Mientras los
militares españoles hacían el petate con lágrimas en los ojos, los pacíficos
marroquíes bombardeaban, desde cazabombarderos F-5, con bombas de napalm (fósforo blanco gel y
gasolina) a las columnas de indefensos saharauis, mujeres y niños incluidos,
que huían, con el DNI español en el bolsillo, hacía la frontera argelina, en
uno de los crímenes del siglo XX de los que menos se ha hablado.
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