domingo, 6 de noviembre de 2011

EL PARO Y LA WOLKSWAGENFOBIA

Hace unos cuantos años conocí a un hombre que sufría una extraña patología, cuando veía un coche de la marca Wolkswagen tenía temblores y sudor frío. Preso de mi ignorancia, pensé, en aquel momento, que algo le debió suceder con algún automóvil de esa marca germana, quizá un accidente o que el vehículo lo dejó tirado en mal lugar, hicimos nuestras cábalas para intentar explicarnos esa extraña conducta, pero estábamos muy equivocados.
Semanas después me explicaron cual era la verdadera causa de aquella rara enfermedad: Al parecer, aquel anciano había sido uno de tantos republicanos españoles que huyeron antes de caer en manos de las tropas franquistas y que, a los pocos meses, se vieron inmersos en otra guerra. Los que se refugiaron en Argelia se enrolaron en la Segunda División Blindada de la Francia libre a las órdenes del general Philippe Leclerc (la novena compañía, formada íntegramente por españoles, después de combatir contra el África Korps, fue de las primeras unidades en liberar París), otros atravesaron los Pirineos y se convirtieron en maquis, como el comandante Palacios, algunos perdieron la vida en las heladas estepas rusas, como Rubén, hijo mayor de Dolores Ibárruri, que fue condecorado como héroe de la Unión Soviética, pero los que peor suerte tuvieron cayeron en manos de los nazis y fueron a parar a los campos de exterminio o a los campos de trabajo para realizar labores en régimen de esclavitud. El general Franco no movió un dedo por ellos y la mayoría acabaron en los hornos crematorios o en una fosa tras un tiro en la nuca.
El buen hombre del que hablamos fue de los que tuvieron mala fortuna, lo enviaron a horadar a pico las rocas de los acantilados de la costa de Francia para refugio y base de los submarinos alemanes. Los prisioneros, casi sin alimento y con jornadas de trabajo agotadoras e interminables, caían como moscas. En cuanto los guardianes se percataban de que ya no estaban en condiciones de trabajar les pegaban un tiro en la cabeza o, peor aún, los doctores uniformados, con la calavera en la gorra, que llegaban todos los días en un automóvil militar ligero de la marca Wolkswagen les ponían en vena una inyección de benceno para matarles con horribles sufrimientos. De repente lo comprendimos todo, el terror era la causa de la fobia hacia el anagrama con la W que lucían esos coches inocentes. Quiso el destino y el arrojo que, antes de que los criminales se lo quitaran del medio, lograra escapar y, después de muchas vicisitudes, alcanzar la libertad.
Esta terrible historia, de héroes casi olvidados, nos ha venido otra vez a la mente cuando nos hemos enterado que ya hay miles de trabajadores que, con contratos precarios, hipotecas eternas y, en muchos caos, con hijos a su cargo, no acuden al médico ni se operan de enfermedades y traumatismos, que sería urgente tratar, por miedo a perder su trabajo. Como el hombre de nuestro relato, el de la wolkswagenfobia, se ven obligados a decir: "jefe, estoy en plena forma".

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