miércoles, 12 de octubre de 2011

¿QUÉ HACEMOS CON LOS BANCOS?

Para decirlo cinematográficamente, la diferencia mas notable entre el famoso Crack de 1.929 y la actual crisis financiera que tiene al mundo en vilo es que aquella se visualizó rápidamente, como las imágenes del cine mudo de la época, y ésta la estamos viendo a cámara lenta, asistiendo, por etapas, a la descomposición de una civilización basada en la supremacía del mercado. ¿Se acuerda usted de lo que decían algunos hace pocos años?, “se ha terminado la Historia”, “se ha impuesto el pensamiento único”, pues la realidad que nos da cada día una nueva vuelta de tuerca, que nos obliga a descender un peldaño mas hacia el abismo, indica otra cosa bien distinta. La filosofía económica que, decían, se había impuesto definitivamente, agoniza.
La concentración del capital ha llegado al punto de crear empresas, corporaciones y entidades financieras cuya influencia y poder se imponen sobre los Estados. Las campañas electorales son pagadas con créditos bancarios que luego se perdonan a los partidos políticos, las grandes compañías promocionan diputados y senadores y aupan a presidentes que luego les dan una buena parte del pastel. La acumulación capitalista ha traído otra consecuencia para la que el liberalismo no está preparado, el mercado ha dejado de autorregularse, el pez grande sigue comiéndose al chico, pero el problema es que se ha convertido en un tiburón gigante, con tanto poder, que la ley de conservación de las empresas, que actúa de la misma forma que la que descubrió Darwin en las especies, ha dejado de operar. Los bancos son el mejor ejemplo de lo que queremos decir, aunque tengan agujeros milmillonarios no entran en quiebra y desaparecen, como sería, en principio, lo lógico, es más, todo se sacrifica para que ello no suceda, incluidas las paupérrimas economías de los ciudadanos, los derechos sociales de los trabajadores y hasta la propia democracia. Ellos han decidido hace tiempo que el que paga manda, pues bien, llevémoslo hasta sus últimas consecuencias, porque ahora es “papá Estado”, es decir, todos nosotros, quienes estamos pagando. Las ingentes cantidades de dinero público que se han puesto a disposición de la banca deben tener contraprestaciones, empezando por el control público del sistema financiero, a nivel nacional e internacional, para decirlo de una vez, los bancos deben ser nacionalizados y los organismos financieros internacionales, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, sobre este nuevo escenario, deben ser reestructurados y democratizados. Tampoco se pueden escapar al control de los Estados, de la “comunidad internacional” (ese eufemismo tan manido y querido cuando de iniciar guerras imperialistas se trata) los grandes especuladores y los paraísos fiscales, con los que hay que acabar de una vez por todas. Ya no se pueden pedir mas sacrificios a los ciudadanos si no se actúa en ese sentido.
Los bancos se han convertido en agentes imprescindibles para la inversión y el desarrollo, pero también en intermediarios obligados para las transacciones habituales de los ciudadanos, ¿se imagina usted, por ejemplo, que tuviera que ir a pagar cada recibo a la entidad o empresa que se lo emite?. La importancia de su interés social transciende al empresarial pero siguen actuando con el único presupuesto del beneficio para sus directivos y accionistas.
Cuando la explosión de la burbuja inmobiliaria inició la cadena de acontecimientos que padecemos y los bancos, por su usura y avaricia, se vieron en graves dificultades, los Estados tuvieron que acudir a su rescate. Ahora ha estallado la segunda burbuja, la de la Deuda Pública y sus intereses, que no se puede pagar a las entidades financieras que la compraron. Ya nos han dicho que otra vez habrá que acudir al rescate, esta vez poniendo a funcionar la máquina de hacer billetes y las maniobras para validarlos, despojando a particulares y empresas de sus bienes con valor real.
Establecen las comisiones que les viene en gana, se aprovechan de la gente obligándola a adquirir servicios que nada tienen que ver con los préstamos (es como si a usted, en el supermercado, le obligaran a comprar detergente cuando solo quiere patatas), abusan hasta de los ancianos.
Ya está bien. Pero para que los políticos cojan a los bancos por el cuello antes tendremos que cogerlos a ellos por la entrepierna, bien asidos, porque el control público, per se, tampoco garantiza una buena gestión.

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