viernes, 27 de octubre de 2017

LOS DÍAS DE LA INFAMIA

Los días 26 y 27 de octubre de 2.017 pueden pasar a la Historia como “Los días de la infamia”, porque nunca la ignominia había llegado aquí tan lejos. El llamado Procés, es decir, la estrategia que los independentistas catalanes llevan implementando desde hace mucho tiempo para conseguir la secesión de Cataluña, está llegando a su clímax, no sabemos todavía si para triunfar o fracasar, y, en su delirio, los golpistas ya han perdido completamente las formas y la dignidad, si es que los tuvieron alguna vez. Lo que hemos visto el jueves 26 es digno de una película de Berlanga, a mí me recordó mucho Puigdemont a Pepe Isbert en su genial interpretación en la película “Bienvenido míster Marshall”, pero también podría ser digno de un filme de los Hermanos Marx y de la famosa frase de Groucho  “estos son mis principios, pero, si no le gustan, tengo otros”. En efecto, a primeras horas de la mañana los conspicuos independentistas hicieron llegar a los periodistas una nota en que que aseguraban que el president Puigdemont iba a anunciar la convocatoria de elecciones autonómicas en Cataluña. Aunque esto, realmente, no era volver a la senda de la Ley y la Constitución, era una coartada para que el Gobierno pudiera desactivar el Artículo 155 y, sobre todo, poder volver a una normalidad relativa, porque ahora en Cataluña se vive en una excepcionalidad donde el Parlament lleva cerrado desde hace dos meses (salvo para los numeritos independentistas) hay huelgas promovidas por el propio Gobierno autonómico , las empresas se van a cientos y las calles están tomadas casi permanentemente por manifestantes. Los mediadores habían hecho su trabajo y unos y otros quitaban el pie del acelerador. Pero, hete aquí que los propios movimientos creados por los partidos independentistas y pagados con dinero público catalán, Ómnium Cultural y la ANC, movilizaron a sus huestes para presionar a Puigdemont, pues se estaba jugando no solo la independencia de Cataluña, también su modus vivendi. Ha sido patético ver a los niños alienados, cual juventudes hitlerianas, en la Plaza de Sant Jaume, primero llamando traidor a Puigdemont y luego jaleándolo, al compás de lo que les indicaban, megáfono en mano, los agitadores. He tenido que hacer un esfuerzo para creer que esto está pasando en España en pleno siglo XXI.
La presión callejera de los ciudadanos movilizados por las organizaciones monstruo que los independentistas han creado ha sido demasiado fuerte para Puigdemont y entonces empezó a exigir cosas por teléfono al Gobierno de España, cosas que sabía perfectamente que no le podían dar, para tener alguna disculpa para cambiar por enésima vez de opinión. “Además de lo que habíamos acordado, que no se aplique el Artículo 155, también quiero ahora que se ponga en la calle a “Los Jordi” y que la Justicia paralice todas las causas abiertas contra nosotros”. Puigdemont sabía perfectamente que España no es una dictadura donde el Gobierno puede ordenar cosas a la Justicia, que nuestro país es un Estado Democrático de Derecho donde hay división de poderes y no puedes asesinar a Montesquieu, pero ya tenía disculpa para romper lo acordado, tirarse al pozo, y con él a Cataluña y a toda España, y darse un paseo, en olor de multitudes hasta su coche convenientemente aparcado a cientos de metros.

Escuchar a los independentistas esgrimir ahora que el Gobierno de España quiere aplicar el Artículo 155 como argumento para la independencia, como hicieron tras las actuaciones policiales del 1-O, es ofender a la inteligencia y querer volver a tomarnos el pelo a todos. El Procés lo empezaron ellos hace mucho tiempo y todavía nada de esto había sucedido. La viejecita fanática que comía a besos a Puigdemont no se ha hecho independentista estos días. Nos han estado engañando y solo esperaban su oportunidad para enfrentarse, con todo, al Estado.

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