El discurso del rey Felipe VI,
del martes a las 21,00 horas, de alguna manera, me trasladó a la madrugada del
23 de febrero de 1.981. En aquella noche infame su padre, el rey Juan Carlos I,
también tuvo que salir en las pantallas de televisión para tranquilizar a los
españoles, mientras hacía pocas horas había habido disparos en el Congreso de
los Diputados y el jefe de la Casa Real, el teniente general Sabino Fernández
Campo (otro falangista al que, paradojas de la vida y de la Historia, como a
Adolfo Suárez, le tocó defender la democracia) hacía llamadas a las capitanías
generales para poner firmes a sus compañeros de armas. Los españoles todavía no
saben hoy toda la verdad sobre el golpe de Estado de 1.981, pero a veces hay
cosas, se lo aseguro, que es mejor que no se sepan. El rey Juan Carlos I
desempeñó sus papel y eso, viendo ahora aquella situación con mayor perspectiva, tuvo
mucho mas de positivo que de negativo. La encrucijada que vive ahora
España, a mi parecer, es aún mas grave que la del 23F, es la peor desde la Guerra de la Independencia contra los franceses, y no me olvido del drama de la
guerra civil, porque desde que las tropas de Napoleón pusieron sus botas en España
nunca nuestro país ha estado en tanto peligro de dejar de ser y de existir. La insurrección
en Cataluña, que se lleva cocinando a fuego lento desde hace años, como algunos
habíamos advertido, ya está allí en las calles y en las instituciones y, al
contrario que Tejero y Milans del Bosch, los golpistas catalanes son mucho mas
inteligentes, planifican mucho mejor y han sabido sacar rendimiento político y
mediático a las torpezas del Gobierno y a la tibieza, cuando no complicidad, de
la oposición desnortada. En ese sentido, el discurso del Rey ha estado ajustado
a las circunstancias, a la gravedad del momento. Algunos echan en falta
alusiones al diálogo o a los heridos en los incidentes del 1-O, pero el Rey no
salió en las pantallas de nuestros televisores para dar una imagen de buen
rollito, de eso ya se encargan profusamente otros, salió para llamar a los
golpistas por su nombre y a dejar diáfanas sus fechorías, algo que muy pocos han
hecho hasta ahora, además de que, evidentemente, no es lo mismo que lo diga un
político de tercera fila que el Jefe del Estado. El discurso fue breve, claro y
conciso, y sobre todo contundente, con la contundencia que los españoles
echaban en falta.
Pero, ahora no hay un Sabino Fernández
Campo, ni los líderes políticos actuales tienen el mismo compromiso con España
y el mismo sentido de Estado que los que había en 1.981. Tenemos un presidente
del Gobierno pusilánime que fio la gestión de la crisis catalana a una vicepresidenta
con nula visión de la táctica y la estrategia al margen del enfrentamiento
dialéctico parlamentario. No habríamos llegado a la situación actual si el
Gobierno hubiera actuado deteniendo a los cabecillas sediciosos y aplicado el Artículo
155 de la Constitución a su debido tiempo, hace meses, ni se hubiera puesto
contra un muro a las policías y guardias civiles que se enviaron a Cataluña, ni
los golpistas catalanes hubieran sacado rédito de todo eso. El problema ahora
es que no sirve solo aplicar el Artículo 155 de la Constitución para revertir
la situación, por la incapacidad de nuestros gobernantes ahora también será
necesario echar mano del Artículo 8, párrafo 1 ¿O cómo sino se va a poder ahora
sacar a la gente de las calles en Cataluña, poner en su sitio a los dirigentes
políticos secesionistas y aplicar la Ley? Pongamos los pies en el suelo y veamos
la realidad de las cosas, por muy diferente que sea a nuestros deseos ¿Se hará?
ya lo veremos. Las palabras del Rey no sirven de nada si no van acompañadas de hechos.
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