viernes, 24 de junio de 2011

COMO SUICIDARSE CON UNA SONRISA

El mayor desastre del terremoto y posterior tsunami en Japón no han sido los miles de muertos y los enormes daños materiales que van a lastrar la economía nipona durante bastante tiempo, tampoco las peligrosas fugas radioactivas de la central nuclear de Fukushima, sino la repercusión mundial que esta catástrofe natural ha tenido, en particular la paralización de los programas nucleares civiles que estaban en marcha en varios países.
El mayor peligro al que se enfrenta la humanidad es el cambio climático, provocado principalmente por las ingentes cantidades de CO2 y otros gases de efecto invernadero que se emiten a la atmósfera. A pesar de los compromisos de Kioto, el fracaso de Copenhague sirvió para dar vía libre a que se siguiera por el fácil, pero mortal camino, de continuar con la infernal dinámica del crecimiento de la producción energética basada en los combustibles fósiles. En concreto, el año pasado las emisiones de CO2 han aumentado en el mundo un 5%. ¿Ha escuchado usted a los ecologistas de pacotilla que clamaban contra la energía nuclear a raíz del tsunami japonés decir algo al respecto?, nosotros tampoco, lo mismo que no han dicho absolutamente nada de los cientos de buques, incluidos submarinos estratégicos, movidos por reactores nucleares que serían blanco de misiles o torpedos en caso de conflicto armado.
No queremos extendernos con argumentos porque ya hay suficientes escritos y los ciudadanos ya están muy bien informados sobre esta problemática y sobre lo que está pasando con la rápida elevación de la temperatura en la Tierra, un buen libro para documentarse, por ejemplo, es el del ecologista británico James Lovelock, “La venganza de la Tierra”, donde el autor defiende, sin ambages, la energía nuclear.
¿Son cien por cien seguras las centrales atomoelécticas?, por supuesto que no, como no lo son los aviones o los automóviles y no por eso dejamos de usarlos, incluso no estamos libres de que nos vuelva a caer encima un meteorito como el que asoló la Tierra hace 65 millones de años. Pero los peligros hay que minimizarlos. De la misma forma que nadie en su sano juicio pondría a pilotar una aeronave de pasajeros a un borracho o a un loco, nunca se debieron instalar centrales nucleares en un país donde los terremotos y tsunamis (tsunami es una palabra japonesa) son habituales, pues Japón está encima de una falla entre dos placas tectónicas. Un organismo internacional que dependa de la ONU debería controlar y verificar la correcta instalación y funcionamiento de todas las centrales atomoeléctricas del mundo, así como los procesos de enriquecimiento y transporte del material fisionable.
El Krill del que se alimentan las ballenas está desapareciendo, como los inmensos cardúmenes de arenques en los mares del Norte. Decenas de miles de focas agonizan por falta de alimento y con ellas miles de osos polares, que incluso ya casi no tienen hielo donde esperar recostados la muerte. Es una cadena de destrucción de la vida muy corta que tiene a los humanos al otro extremo.
El año pasado se alcanzaron en verano en Rusia y China temperaturas nunca vistas, cayendo la cosecha de cereales hasta límites alarmantes. La consecuencia ha sido una brutal subida de los precios que para mucha gente del Tercer Mundo significa no poder comer. Este año se dice que las temperaturas estivales también van a ser muy altas y que las olas de calor pueden causar estragos. La temperatura media en nuestro planeta ha subido 2 grados en los últimos 50 años, pero puede subir otros dos en muchísimo menos tiempo. Estamos muy cerca del punto de no retorno.
Mientras las emisiones de CO2 se siguen midiendo en gigatoneladas, se ha demonizado irresponsablemente la energía nuclear, parando su producción y desarrollo. Bien, nos suicidaremos con una sonrisa.

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