Por si no tuviéramos suficiente
con el sainete catalán y a la espera de averiguar si va a ser posible que a Cataluña
la gobiernen desde Bruselas, ha surgido también la polémica, por no decir el
escándalo, en torno a la sentencia del Tribunal Constitucional, que admitió a
trámite el recurso presentado por el Gobierno de España, para obligar a la Junta
de Andalucía a que los funcionarios andaluces tengan que realizar 37,5 horas
semanales, que son las establecidas por el Gobierno Central para los
funcionarios de todo el Estado. La presidenta andaluza y sus secuaces ya nos
tenían acostumbrados a todo tipo de fechorías, entre las que no podemos olvidar
el golpe de mano contra su propio secretario general para intentar hacerse con
el control del partido, pero ahora también pretende tomar el pelo al Tribunal
Constitucional, porque el Ejecutivo andaluz y su régimen han tenido la
ocurrencia de que, para completar esas dos horas y media semanales, los
funcionarios, como Puigdemont, no necesitarán asistir a sus puestos de trabajo
ni hacer ninguna labor presencial, basta con que se apunten, aunque luego no asistan,
a variopintos cursillos o que, y esto sí que ya es muy fuerte, “las dediquen a
la meditación en su casa”.
Al asunto de la jornada laboral
de los funcionarios es otro de los temas tabú que pocos se atreven a debatir y
a abordar ¿Cómo es posible que cuando la inmensa mayoría de los trabajadores
españoles tienen que hacer las cuarenta horas semanales que marca la Ley, y
muchos de ellos incluso bastantes más, los funcionarios, a los que pagan
precisamente esos sacrificados trabajadores, puedan hacer solo 35? Son varias
las respuestas, por un lado que los sindicatos solo están ya verdaderamente
presentes en algunos colectivos, como el de los funcionarios, por otro que
estos servidores públicos tienen una capacidad de presión, sin miedo a perder
su trabajo, que no tienen los trabajadores del sector privado y por último que
son cientos de miles de votos. El asunto no es baladí, porque aquí mismo, en
Asturias, ya ha saltado la controversia entre el Ayuntamiento de Gijón y el
Gobierno del Principado y porque trasciende ideologías y administraciones. Como
me he propuesto para este año no ser políticamente correcto, tengo que denunciar
la institucionalización del pitorreo y como no me presento a las elecciones
juego con ventaja para poder hacerlo.
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