El sainete catalán continúa y
ahora estamos a la espera de ver si será posible, o no, una investidura
telemática y, ya metidos en harina, es decir, en estupideces, si los golpistas
podrán gobernar con parte de su Ejecutivo en la Generalitat y el resto,
incluido su presidente, en Bruselas o en la cárcel.
El conflicto en Cataluña está
afectando gravemente a la convivencia en esa comunidad autónoma, donde los
derechos de los no independentistas ya llevaban siendo pisoteados desde hacía
mucho tiempo ante la comprensión de los que hablaban catalán en la intimidad,
aceptaban todo los que saliera del Parlament o gobernaban con los
secesionistas. También está afectando muy seriamente a la economía catalana y
española, pues no debemos olvidar que Cataluña representa aproximadamente un
20% del total del PIB del Estado. Pero, sin duda, el conflicto catalán lo que
más está perjudicando es al prestigio internacional de España que, también es
verdad, ya no era muy grande. Algunos piensan, ingenuamente, que los toletazos
del 1-O, que fueron aprovechados muy bien propagandísticamente por Puigdemont y
sus secuaces, dejaron una pésima imagen de España en el mundo, apareciendo nuestro
país como un Estado antidemocrático y represivo, nada más lejos de la realidad,
aunque eso fue lo que intentaron los independentistas. Lo que ha dejado y está
dejando una mala imagen internacional de España es que está quedando diáfano
para todo el mundo que éste es un Estado débil al que cualquiera chantajea y
del que cualquiera se ríe y cuyos políticos se pelean entre sí mientras se va
al cuerno. Procesos y amenazas independentistas se han producido en otros
Estados no hace mucho tiempo y si bien en algunos países, como Canadá o Reino
Unido, se capeó el temporal por las buenas, en otros, como Rusia y China, eso
no fue posible y hubo una gran represión para salvaguardar la unidad. Pero, no
solo en países donde la democracia deja mucho que desear o brilla por su
ausencia hubo mucho más que toletazos, en los EE UU, por ejemplo, cuando seis Estados
del Sur decretaron la secesión, fueron a una terrible guerra para evitarla y
durante muchos años independentistas puertorriqueños han vivido en las cárceles
estadounidenses.
Yo creo, aunque aparentemente
parezca que no tiene nada que ver y que son acontecimientos separados en el
tiempo por muchos años, que lo que sucede en Cataluña tiene bastante relación
con el espíritu acomplejado y de derrota que se instaló en España tras el
desastre del 98 y que sobrevive en el subconsciente colectivo. En 1.898 España
ya había dejado de ser una potencia colonial y había perdido casi todas sus
posesiones en ultramar, pero eso había sido después de guerras y conflictos
coloniales y fue un proceso normal que ya habían padecido otros
imperios a la largo de la Historia. El desastre del 98 fue muy distinto porque
en él una potencia fabricó una coartada, la explosión del acorazado “Maine” en
la Bahía de La Habana, que mató a las tres cuartas partes de su tripulación,
para arrebatar a España, por la cara, Cuba, Filipinas, Puerto Rico y Guam. La humillación
y el complejo no lo provocó tanto la derrota militar contra la que ya era una gran
potencia marítima, los EE UU, como que, desde las tradicionales chulerías
británicas, alguien se mofara de nuestro país impunemente. Paradojas de la
Historia, aquellos acontecimientos de finales del siglo XIX también sucedieron en
una España podrida por la corrupción y la pérdida de valores. Ese espíritu
perdedor y acomplejado no es el que anima a muchos españoles que luchan como
jabatos todos los días, pero sigue anidando en el cerebro y en el corazón de
nuestros políticos y por eso Marruecos se quedó, también por la cara, con el
Sáhara Occidental y Obama y Merkel llamaron a nuestro presidente del Gobierno,
Zapatero, entre amenazas, para decirle lo que tenía que hacer. Puigdemont y los
suyos saben perfectamente con quien tratan.
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