lunes, 22 de agosto de 2011

CAYÓ AL GADDAFI

Cuando escribimos estas líneas los rebeldes libios ya controlan la capital, Trípoli, y varios de los hijos de Al Gaddafi han caído en su poder, pero todavía no se sabe el paradero del hasta ahora líder de aquel país.
La revuelta en Libia no tiene nada que ver con los movimientos populares que hicieron caer los regímenes de Egipto y Túnez. Aquellos levantamientos cogieron por sorpresa a los servicios de inteligencia occidentales, pero enseguida se actuó para reconducir la situación. Egipto y Túnez tenían unos gobiernos corruptos y antidemocráticos, pero estaban bien vistos por el imperialismo, porque eran sus aliados. En Túnez el poder siguió en manos de los mismos que gobernaban con el sátrapa ex-presidente, ahora refugiado en Arabia Saudí (otra “democracia” aliada de EE UU) y en Egipto los militares se hicieron con el control de la situación, como antes, pues no olvidemos que Mubarak era y es general del Ejército del Aire. Solo se ha permitido que algo cambie para que todo siga igual.
Al calor de esa vorágine de levantamientos populares también se sublevaron los ciudadanos en Bahrein, donde intervinieron las tropas saudíes para aplastarlos a sangre y fuego y en Yemen, donde el ejército se puso las votas matando gente, pero allí no intervino la OTAN, ¿porqué?, también eran regímenes aliados. Nuestros hijos de puta, como acuñó el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, refiriéndose al dictador nicaragüense Anastasio Somoza.
A río revuelto ganancia de pescadores, los servicios secretos británicos tenían, desde hacía mucho tiempo, a Libia en el punto de mira y junto con Francia, que ha vuelto a su tradicional colonialismo en África con entusiasmo renovado, no perdieron el tiempo en incendiar la mecha contra el régimen de Al Gaddafi. EE UU y la OTAN, incluida España, se sumaron con agrado.
Las potencias occidentales arrancaron al Consejo de Seguridad de la ONU un mandato de “exclusión aérea”, era suficiente para dar un barniz de legalidad a una intervención que lo ha excedido con mucho, con bombardeos a toda clase de objetivos en tierra, apoyo logístico a los rebeldes y todo tipo de acciones necesarias para derrocar al Gobierno de una nación soberana.
¿Hacer todo lo posible por traer la democracia a esos pueblos? ¿acabar con los dictadores?, a otro perro con ese hueso. Los cuentos para los niños. Con muchísimo menos dinero de lo que ha costado la Guerra de Libia se habría podido acabar con la hambruna que asola Somalia, donde, por cierto, la OTAN no tiene ninguna intención de intervenir para parar la guerra que desangra aquel país desde hace décadas. Naturalmente, en el Cuerno de África no hay petróleo.
Azuzar las contradicciones y conflictos que hay en el mundo árabe, entre sunitas y chiítas, por ejemplo, para arrimar el ascua a su sardina, eso ha hecho y hace el imperialismo. Lo que está sucediendo en Siria tampoco es ajeno a esta estrategia, pero Bachar el Asad tiene protegiéndole las espaldas a los “primos de Zumosol” rusos y chinos, que no van a tolerar un cambio geoestratético en esa zona.
Lo peor es que mucha gente que se dice progresista, que apoyó la retirada de tropas de Irak, en fin, los del “no a la guerra”, asistan con entusiasmo a estas intervenciones groseras que, sin previsión alguna de los riesgos, van a convertir el Norte de África en un polvorín, donde Al Qaeda tendrá el terreno abonado y todo el mundo estará armado hasta los dientes. Ojo, al lado mismo de nuestras fronteras.
Tomamos buena nota de las opiniones y alegrías que hoy expresan tantos irresponsables y solo esperamos no tener mañana que arrojárselas a la cara.

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