El término “reaganomía” se acuñó
para definir las políticas económicas implementadas por el presidente Ronald
Reagan durante sus mandatos, estas políticas se basaban fundamentalmente en
bajadas de impuestos a las empresas y a los ricos bajo las enseñanzas de las
teorías económicas del Nobel de Economía, Milton Friedman, dando mayor
protagonismo a la iniciativa privada frente al Estado. El pilar básico sobre el
que se asentaba esta nueva filosofía económica era la desregularización,
también llamada en determinadas circunstancias flexibilización o, como dirían
los marxistas, dar mayor libertad a la zorra en el gallinero. Reagan, que no
tenía muchas luces como estadista y muchas menos como economista, si tenía
experiencia como actor y como instrumento teledirigido de los poderosos, bien
denunciando a sus compañeros desde el sindicato de actores, del que fue presidente,
por izquierdistas o bien, ya en la Casa Blanca, saliendo ante las pantallas de
televisión con un gráfico explicando lo bueno que sería para el país y para
todos los estadounidenses las bajadas de impuestos. La opinión sobre las
políticas de Ronald Reagan sigue siendo a día de hoy controvertida y podríamos
estar hablando del asunto durante horas, pero hay unos datos económicos
significativos e incontrovertibles que la economía USA todavía arrastra a día
de hoy: con Reagan aumentaron como nunca las diferencias sociales en los EE UU
y se dispararon el déficit y la Deuda hasta cifras astronómicas antes nunca
vistas. Las políticas económicas de la administración Reagan se beneficiaron de
una coyuntura internacional favorable y de unos precios del petróleo (por aquel
entonces EE UU era dependiente de las importaciones de crudo) y de las materias
primas a la baja que enmascararon lo que en realidad había sido un desastre.
Altos funcionarios ya habían advertido que aumentar los gastos militares
exponencialmente, para doblegar a la URSS, mientras se reducían los impuestos
generaría un agujero presupuestario enorme de consecuencias inimaginables.
Aquellos funcionarios fueron cesados de forma fulminante, pero el tiempo les daría
la razón. Hay alguien más importante en los EE UU que el propio presidente del
país, es el presidente de la Reserva Federal, pues sin sus maniobras de
ingeniería financiera y monetaria el país no podría funcionar y no se pueden entender las
políticas económicas de Ronald Reagan sin el que fuera presidente de la Reserva
Federal desde el 11 de agosto de 1.987 hasta el 1 de febrero del 2.006, Alan
Greenspan, un economista de origen judío que seguiría en su cargo con las
administraciones Bush (padre e hijo) y de Bill Clinton. Aunque Greenspan había
formado parte del movimiento “objetivista” que reivindicaba la necesaria interrelación
de la economía monetaria con el valor de las cosas y que incluso pretendía recuperar
el oro como patrón, en realidad fue el patrocinador de las políticas del
pelotazo y de la proliferación de los “derivados financieros”. Sin duda Greenspan
es uno de los principales responsables de la crisis financiera que asoló el
mundo en 2.008 y de la creación de una “bomba de hidrógeno económica”, como
había advertido el banquero Félix G. Rohatyn. Pero, los grandes accionistas y
las grandes corporaciones ganaron más
dinero que nunca mientras millones de personas en todo el país se iban al
cuerno.
Donald Trump va a seguir las
mismas locas políticas económicas de Ronald Reagan, bajadas históricas de
impuestos y desregulación y flexibilización totales, al tiempo que también
suben los gastos militares hasta cifras muy imprudentes, políticas que hasta
los trabajadores, ingenuamente, porque ellos finalmente las pagarán, aplauden. Todo
bajo la misma coartada del crecimiento económico y la creación de empleo. Los
pobres cada vez más pobres, los ricos, incluido el presidente, cada vez más
ricos y el país cada vez más endeudado. Algunos piensan que “la bomba de
hidrógeno económica” explotó en 2.008, pero aquello solo fue un aviso.
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