Lo políticamente correcto, por no
decir lo estúpido, ha conseguido que a algunas cosas ya no se las llame por su
nombre y que se busquen nuevas palabras para no herir sensibilidades, sirva
como ejemplo que a los negros ahora se les denomina “personas de color” (como
si los blancos fuéramos incoloros) o subsaharianos, afroamericanos, etc. Algo parecido ha sucedido con los tullidos o inválidos, que luego se
llamaron minusválidos y ahora discapacitados, pero en este caso el cambio está
plenamente justificado. Los españoles sabemos muy bien que las personas que
tienen alguna discapacidad no solo son perfectamente válidas, a veces son
mejores que los que tienen todas sus funciones físicas en perfecto estado,
porque tienen que ejercer de auténticos héroes desde que se levantan hasta que
se acuestan, todos los días del año, y porque en esa lucha cotidiana se forjan
muchos titanes. Como referencia histórica mencionar a Blas de Lezo (Pasajes,
Guipúzcoa, 3 de febrero de 1.689), uno de mis héroes de cabecera, al que
llamaban “mediohombre” porque le faltaban una pierna y un ojo, que había
perdido en dos batallas, y un brazo, que perdió en el sitio de Barcelona, en
1.714, durante la Guerra de Sucesión Española. Blas de Lezo, como todo el mundo
sabe, infringió una derrota épica a los británicos defendiendo la soberanía
española de Cartagena de Indias (Colombia). Qué decir de Irene Villa (Madrid,
21 de noviembre de 1.978) aquella niña que, cuando tenía doce años, perdió las
dos piernas y tres dedos de la mano izquierda en un atentado de la banda
terrorista ETA y que no solo jamás dejó de sonreír, ha sido deportista
paraolímpica y es escritora, periodista y psicóloga. Un ejemplo para todos.
¿Inválidos, minusválidos? y una mierda.
Pues bien, los palestinos también
tienen sus héroes y entre ellos figurará para siempre un tal Ibrahim Abu
Thuraya. Al joven, de 29 años, Ibrahim le faltaban las dos piernas y un riñón,
se los había arrebatado el bombardeo de un helicóptero israelí sobre Gaza el 27
de diciembre de 2.008, cuando Ibrahim retiró la bandera sionista de la frontera
e izó la palestina. En las terribles condiciones médicas de la Franja de Gaza Ibrahim
sobrevivió de puro milagro y se ganaba la vida lavando coches desde su silla de
ruedas. Ibrahim iba casi todos los días a la frontera a decir de todo, menos
bonitos, a los que le habían segado las piernas y su ilusión era poder viajar
un día al extranjero para que le pusieran unas prótesis. Pero, la decisión de Donal Trump de reconocer
a Jerusalén como capital de Israel avivó las protestas palestinas y, como
siempre, Ibrahim estaba allí, en primera línea, en su silla de ruedas, con la
uve de la victoria en una mano y la bandera de Palestina en la otra. Más de una
vez sus compañeros de protestas lo tuvieron que sacar en volandas para salvarle
la vida pero finalmente un francotirador del ejército israelí lo asesinó de un
tiro certero. Han acabado con un héroe pero, los que teniendo uno de los
ejércitos más poderosos del mundo llaman terroristas a los que defienden, con insultos
piedras y navajas, su tierra han fabricado un mártir y un ejemplo a seguir.
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