Hemos salido a las cinco de la
tarde de Gijón en dirección a Galicia. Esta vez no vamos en mi coche, un viejo
Peugeot 406 que tengo impecable, sino en la furgoneta Mercedes Vito de mi amigo
Pedro, su instrumento de trabajo y, cuando cuadra, de aventuras. Llevamos
algunos días preparando el asunto, lo nuestro no es un deporte, ni una afición,
es un vicio. Yo he practicado varios deportes a lo largo de mi vida pero en
ninguno, como en la pesca deportiva, he sentido el “mono”, eso que dicen que
sienten los que están dominados por alguna droga cuando no se pueden poner un
chute. Veinte días sin ir a pescar ya es demasiado. Es la primera vez que llevo
a Pedro a una puesta donde ya he estado varias veces, solo o acompañado, pero nunca debes ir solo a pescar, porque, aunque algunos no lo crean, estamos
hablando del deporte más peligroso y del que más vidas se cobra en el Norte de
España, cuerpos arrebatados que en la mayoría de ocasiones nunca aparecen.
Vamos, a velocidades legales, por la estupenda Autovía del Cantábrico y nuestro
objetivo está unos kilómetros más allá de Burela, ya en la provincia de Lugo.
Me encanta Lugo y sus gentes y si eres del Sporting todavía lo entenderás
mejor. Cruzamos el majestuoso Puente de los Santos que separa Asturias de
Galicia sobre la ría del Eo y vemos, a la derecha, que la mar (todos los
pescadores o “pesquines” usamos el femenino para referirnos a ella) tiene un
“puntín”. Anunciaban mar de fondo de dos metros, ideal para mi gusto. Llegamos
antes de oscurecer, no sin hacer una parada para pertrecharnos de bocadillos y
tomar un café. Es un sitio maravilloso adonde arribas después de desviarte
varios kilómetros de la carretera que va a La Coruña. Le he contado a Pedro que
en esa puesta ves más animales salvajes a tu alrededor que peces, pero no me ha
tomado en serio. ¡Dos nutrias! sí, son las “saltarinas”, ya te lo dije Pedro y
aún no han visto nada. Nos da tiempo a preparar las cañas y los aparejos antes
de que caiga la noche, no hay prisa porque aquí, al contrario que en otras
puestas, los peces no suelen picar al oscurecer. Es importante llevar un buen
equipo si te vas a tomar la pesca deportiva en serio, porque ahorrar, al final, te sale caro, pero tampoco hace falta, si te asesora alguien que sepa, hacer un
gran desembolso.
Es una noche fría y más en un lugar como este, pero la
furgoneta llega hasta la misma puesta y ponemos las sillas plegables bajo el portón trasero levantado de la Vito y así nos protegemos del rocío. Con la
nevera en medio, bien pertrechada de refrescos de cola y cerveza, esto es de
lujo. Ojos brillantes nos acechan a nuestra espalda, entre los matorrales y el
sotobosque ¿serán de la huidiza marta? ¿serán del gato montés? ¿serán del
raposo? ¿serán jabalíes? ¿serán de un venado? A todos los he visto aquí al amanecer,
cuando ellos y yo vamos de retirada, pero, nunca he visto lobos, aunque sé que
los hay, tienen que ser muy prudentes para sobrevivir ante la presión humana.
Sentado en mi silla plegable de resina blanca estoy pelando gambas para cambiar
el cebo y una gineta se acerca a comer las cabezas que he tirado a solo un
metro. Pedro no da crédito. Olemos a tipos pacíficos, le digo, por eso no nos
temen. Los sargos han entrado bien a las gambas peladas y también a los
langostinos y hemos tenido varias picadas francas que han plegado los
“gusiluces” hasta abajo. Son las dos de la mañana y ya es la hora tonta a
partir de la cual los peces dejan de picar, ahora solo habrá, si hay suerte,
alguna picada muy esporádica. Es tiempo de bar buena cuenta de los bocadillos, de
un café del termo y de escuchar por la radio “Hablar por hablar”. Cuántas
noches he pasado en los acantilados en buena compañía, desde Gemma Nierga a
Macarena Berlín, y como me he reído, cual poseso, en el silencio de la noche,
solo violentado por el ruido de las olas, ante el seguro asombro de la fauna salvaje.
Son las cuatro y media de la mañana y llega “Si amanece nos vamos”, el programa
de la SER que nos recuerda que va siendo hora de plegar. Volvemos a Gijón con
extremo cuidado hasta salir a la carretera general, ya se me han cruzado dos
grandes venados otras veces. No hay tráfico en la Autovía, salvo algún gran
camión ¿qué locos van a estar de madrugada conduciendo por aquí? Vamos a parar
en un área de descanso a echar una cabezada, Morfeo tiene por cara una calavera,
viste de negro y lleva guadaña a estas horas en la carretera. Ya hemos tomado
una buena dosis de paraíso y de relax hasta nuestra próxima salida. No hay
droga mas sana.
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