martes, 26 de diciembre de 2017

NOCHE EN EL CANTÁBRICO

Hemos salido a las cinco de la tarde de Gijón en dirección a Galicia. Esta vez no vamos en mi coche, un viejo Peugeot 406 que tengo impecable, sino en la furgoneta Mercedes Vito de mi amigo Pedro, su instrumento de trabajo y, cuando cuadra, de aventuras. Llevamos algunos días preparando el asunto, lo nuestro no es un deporte, ni una afición, es un vicio. Yo he practicado varios deportes a lo largo de mi vida pero en ninguno, como en la pesca deportiva, he sentido el “mono”, eso que dicen que sienten los que están dominados por alguna droga cuando no se pueden poner un chute. Veinte días sin ir a pescar ya es demasiado. Es la primera vez que llevo a Pedro a una puesta donde ya he estado varias veces, solo o acompañado, pero nunca debes ir solo a pescar, porque, aunque algunos no lo crean, estamos hablando del deporte más peligroso y del que más vidas se cobra en el Norte de España, cuerpos arrebatados que en la mayoría de ocasiones nunca aparecen. Vamos, a velocidades legales, por la estupenda Autovía del Cantábrico y nuestro objetivo está unos kilómetros más allá de Burela, ya en la provincia de Lugo. Me encanta Lugo y sus gentes y si eres del Sporting todavía lo entenderás mejor. Cruzamos el majestuoso Puente de los Santos que separa Asturias de Galicia sobre la ría del Eo y vemos, a la derecha, que la mar (todos los pescadores o “pesquines” usamos el femenino para referirnos a ella) tiene un “puntín”. Anunciaban mar de fondo de dos metros, ideal para mi gusto. Llegamos antes de oscurecer, no sin hacer una parada para pertrecharnos de bocadillos y tomar un café. Es un sitio maravilloso adonde arribas después de desviarte varios kilómetros de la carretera que va a La Coruña. Le he contado a Pedro que en esa puesta ves más animales salvajes a tu alrededor que peces, pero no me ha tomado en serio. ¡Dos nutrias! sí, son las “saltarinas”, ya te lo dije Pedro y aún no han visto nada. Nos da tiempo a preparar las cañas y los aparejos antes de que caiga la noche, no hay prisa porque aquí, al contrario que en otras puestas, los peces no suelen picar al oscurecer. Es importante llevar un buen equipo si te vas a tomar la pesca deportiva en serio, porque ahorrar, al final, te sale caro, pero tampoco hace falta, si te asesora alguien que sepa, hacer un gran desembolso.
Es una noche fría y más en un lugar como este, pero la furgoneta llega hasta la misma puesta y ponemos las sillas plegables bajo el portón trasero levantado de la Vito y así nos protegemos del rocío. Con la nevera en medio, bien pertrechada de refrescos de cola y cerveza, esto es de lujo. Ojos brillantes nos acechan a nuestra espalda, entre los matorrales y el sotobosque ¿serán de la huidiza marta? ¿serán del gato montés? ¿serán del raposo? ¿serán jabalíes? ¿serán de un venado? A todos los he visto aquí al amanecer, cuando ellos y yo vamos de retirada, pero, nunca he visto lobos, aunque sé que los hay, tienen que ser muy prudentes para sobrevivir ante la presión humana. Sentado en mi silla plegable de resina blanca estoy pelando gambas para cambiar el cebo y una gineta se acerca a comer las cabezas que he tirado a solo un metro. Pedro no da crédito. Olemos a tipos pacíficos, le digo, por eso no nos temen. Los sargos han entrado bien a las gambas peladas y también a los langostinos y hemos tenido varias picadas francas que han plegado los “gusiluces” hasta abajo. Son las dos de la mañana y ya es la hora tonta a partir de la cual los peces dejan de picar, ahora solo habrá, si hay suerte, alguna picada muy esporádica. Es tiempo de bar buena cuenta de los bocadillos, de un café del termo y de escuchar por la radio “Hablar por hablar”. Cuántas noches he pasado en los acantilados en buena compañía, desde Gemma Nierga a Macarena Berlín, y como me he reído, cual poseso, en el silencio de la noche, solo violentado por el ruido de las olas, ante el seguro asombro de la fauna salvaje. Son las cuatro y media de la mañana y llega “Si amanece nos vamos”, el programa de la SER que nos recuerda que va siendo hora de plegar. Volvemos a Gijón con extremo cuidado hasta salir a la carretera general, ya se me han cruzado dos grandes venados otras veces. No hay tráfico en la Autovía, salvo algún gran camión ¿qué locos van a estar de madrugada conduciendo por aquí? Vamos a parar en un área de descanso a echar una cabezada, Morfeo tiene por cara una calavera, viste de negro y lleva guadaña a estas horas en la carretera. Ya hemos tomado una buena dosis de paraíso y de relax hasta nuestra próxima salida. No hay droga mas sana.

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