Salvo el corrimiento del voto entre
las formaciones políticas, las elecciones catalanas no han servido para casi nada,
porque la correlación de fuerzas entre independentistas e unionistas sigue
siendo casi la misma y porque los únicos que pueden formar Gobierno son los
mismos que estaban gobernando. Eso sí, han servido para que los estados mayores
de algunos partidos, en particular del PP y de Podemos, pero también del PSOE,
caigan del guindo y se den cuenta de que han hecho las cosas mal. La única
fuerza no independentista que crece exponencialmente es Ciudadanos, los socialistas
solo suben un diputado y los demás se derrumban, y el partido de Albert Rivera
e Inés Arrimadas lo hace no por sus propuestas sociales y políticas, que no
votarían los que ahora les votaron, sino porque desde hace tiempo se ha erigido
en el mascarón de proa contra los independentistas, sin complejos y sin
tibiezas ¿O no ha sido Ciudadanos la única formación política que, desde hace
muchos meses, pedía la aplicación del artículo 155 de la Constitución en Cataluña
mientras Rajoy mareaba la perdiz, otros se la cogían con papel de fumar y
algunos hacían de tontos útiles de los secesionistas?
Que los independentistas
catalanes hayan logrado, en conjunto, volver a ganar las elecciones se debe
fundamentalmente a su intensa campaña propagandística, que ha construido un
relato victimista que nada tiene que ver con la realidad pero que ha servido
para mantener el voto de sus huestes e incluso para una proyección
internacional que les ha venido muy bien, aunque ningún país ha reconocido la
república catalana, eso sí. Esta campaña propagandística ha logrado que la
mayor parte de los catalanes residentes en el extranjero, 224.000, que esta vez
votaron en masa, les hayan dado su apoyo y este discurso apelando al corazón,
en realidad a las vísceras, también ha logrado el voto masivo de las gentes más
retrógradas que en Cataluña, como en todas partes (siento herir sensibilidades)
están en las zonas rurales. Por eso Puigdemont venció en las provincias de Gerona
y Lérida y Arrimadas en Barcelona y Tarragona, fundamentalmente en los núcleos
urbanos y en los cinturones industriales. Mientras que los independentistas han
demostrado que son muy buenos con la propaganda, unos auténticos profesionales,
otros han sido un auténtico desastre, en particular el Gobierno de España.
Rajoy no solo ha ido siempre a remolque de los acontecimientos, ha sido incapaz
no solo de construir un discurso contundente y demoledor, como ha hecho
Ciudadanos, también de desmontar las mentiras de los golpistas. Rajoy, al
contrario que hizo JFK con Nixon, no ha sido capaz de preguntar a los
catalanes si comprarían un coche de segunda mano a Puigdemont y sus secuaces,
seguramente porque no tiene autoridad moral para hacerlo.
Los que luchan por la unidad de
Estado tienen argumentos suficientemente contundentes para ganar la opinión
pública, que es lo que verdaderamente da el poder. Los independentistas solo
tienen el 47% de los votos, y esto es así desde hace bastante tiempo, con esos
mimbres no pueden pedir ni declarar otra vez la independencia y ninguna de sus
formaciones políticas ha ganado las elecciones, las ha ganado Inés Arrimadas.
Los unionistas deberían esgrimir estas evidentes fortalezas al margen de sus
diferencias políticas.
Salvo que se pretenda hacer Cataluña
ingobernable y abocar a esa comunidad autónoma y a España entera al desastre,
yo solo veo una salida: un acuerdo, tácito o explícito, que se puede lograr
entre bambalinas, para que los independentistas se olviden, sine díe, de su
aventura secesionista y a cambio un indulto del Gobierno de España una vez que
haya sentencias. Puigdemont volvería a ser presidente, los presos regresarían a casa y todos, entre vómitos,
volveríamos a la asquerosa, pero tranquila, cotidianidad.
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