Yo recuerdo muy pocas decisiones
de un Gobierno, y menos aún si este es el de los EE UU, que hayan logrado tanta
unanimidad en la condena como la tomada por Donald Trump de trasladar la
embajada de su país de Tel Aviv a Jerusalén. Cancillerías de todos los
continentes, asociaciones y organizaciones de todo tipo, Liga Árabe y hasta el
Papa Francisco se han unido en la crítica a una medida que va a prender la
mecha conectada con el polvorín de Oriente Próximo. Sin embargo, todo el mundo
debería ser perfectamente consciente que la condena al reconocimiento, que eso
implica la decisión norteamericana, de Jerusalén como capital del Estado de Israel,
en contra del sentido común y de las resoluciones de la ONU, no es sincera por
parte de algunos Gobiernos, los mismos que han apoyado históricamente a los
sionistas en todas sus fechorías, sino que su enfado se debe a que en esta ocasión
el interés de Israel no coincide con el suyo, me explico:
Terminadas las guerras de Irak y
Siria y establecido un corredor chiíta desde Irán a Líbano, las potencias
occidentales, las mismas que crearon el caos para luego gestionarlo en su
beneficio (algo que no les ha salido bien) ya estaban preparando una nueva
guerra regional donde Israel y las monarquías feudales árabes serían sus
aliados estratégicos en la zona y pondrían la mayor parte de la carne en el
asador, dinero, soldados e infraestructuras. La planificación de la tercera
invasión de Líbano por parte de Israel y el acoso desde ese país a Siria se
contemplaba como uno de los vectores de ataque que iría seguido por otro en el
Sur de la Península Arábiga, con la ocupación de tropas saudíes de Yemen, país
al que ya tienen sometido a bombardeos y a un bloqueo inhumanos, y la creación
de un Gobierno títere. De una u otra forma Irán, que se ha mantenido fuera de
los conflictos regionales desde su guerra con Irak, al menos directamente, se
vería implicado en una macroguerra cuyo desenlace plantea muchas dudas y que incluso
podría poner en peligro la paz mundial, pero que reportaría beneficios
económicos y geoestratégicos (eso piensan) al imperialismo a sus aliados en la
región, que, después de la derrota del Estado Islámico, de la supervivencia de
al Assad en el poder, del reforzamiento militar de Hezbolá y del giro en la
política exterior y de alianzas de Turquía, están muy preocupados, unos, por su
futuro y, otros, por sus intereses en la zona. Pero, hete aquí que Donald
Trump, presionado por su yerno judío y por la esposa de este, su hija preferida
Ivanka, ambos metidos a asesores presidenciales aficionados, reconoce la capitalidad israelí de Jerusalén, una decisión que otros Gobiernos de los EE
UU ya habían adoptado pero que habían dejado, inteligentemente, en el
congelador. Abrir esta Caja de Pandora es una loca iniciativa de gente poco profesional
que va a lograr el hito que todo el mundo musulmán, sean chiítas o sunitas, se
unan como una piña para defender el lugar más sagrado después de La Meca,
porque, como locamente sucede ahora también en Israel, nada hay más importante
en el mundo árabe que la religión. Naturalmente que no es sincera la condena de
Francia a la decisión de Donald Trump ¿cómo va a serlo si ese país vendió a
Israel el reactor nuclear con el que los sionistas se han hecho con sus arsenal
nuclear táctico y estratégico? ¿cómo van a ser sinceras las palabras de
Emmanuel Macron, el ahora presidente al que pagó su campaña la banca judía
Rothschild? No solo la nueva guerra queda ahora, de momento, en suspenso o
tendrán que hacerla con otros mimbres, el imprudente Trump ha dado un argumento
demoledor a los que injustamente tildan de terroristas, a los palestinos que
luchan con piedras y cohetes artesanales contra uno de los ejércitos más poderosos
del mundo ¿cómo van a ser terroristas los que se defienden de los que no solo
les roban sus casas, su tierra y la capital de su futuro Estado, también sus
lugares santos, incluida la Mezquita de al-Aqsa, que quieren demoler para
edificar sobre sus ruinas el nuevo templo judío de Jerusalén?
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