lunes, 11 de diciembre de 2017

EL NOBEL Y LA VENGANZA DE LOS MUERTOS

Hace pocos días se ha entregado el Premio Nobel de la Paz de este año, que se había concedido el 6 de octubre, en Oslo. Este es el único de los Premios Nobel que no se conceden ni se entregan en Estocolmo, la capital de Suecia, sino en el ayuntamiento de la capital de Noruega y es una comisión de cinco miembros designada por el Parlamento Noruego quien decide la concesión del premio. Yo he visto como el Premio Nobel de la Paz no solo se daba a personajes como la madre Teresa de Calcuta, también a individuos muy belicosos y causantes de muchos crímenes y guerras, como Henry Kissinger, por ejemplo, pero me ha reconciliado con esa institución desde que el año pasado se lo concedieron al presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, por sus titánicos esfuerzos para conseguir la paz en su país y acabar con una guerra que duraba ya más de cincuenta años. Pues bien, este año se han sublimado y el premio fue para la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN), un movimiento que agrupa a más de 500 ONG´s  de más de un centenar de países y que lleva luchando por esta causa desde hace más de una década. Al acto de entrega del premio no solo asistió una amplia representación política y regia, también algunos supervivientes de los holocaustos nucleares de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, donde los muertos causados por el bombardeo estadounidense en el acto y de sus secuelas suman unos 220.000.
La Tierra y las especies de animales y plantas que pueblan la Biosfera están gravemente amenazadas por la actividad humana, pero si bien el cambio climático y el uso de algunos pesticidas ya están produciendo grandes catástrofes naturales y provocando una extinción masiva, que podría llegar a incluir al Homo Sapiens si desaparecieran animales aparentemente tan insignificantes como las abejas y las mariposas, eso no acabará con la vida en nuestro planeta. Solo una catástrofe cósmica, imposible de evitar pero muy improbable a corto plazo, o una guerra nuclear masiva podría dejar este planeta tan yermo y muerto como Marte. Las crisis por los programas de armas nucleares de Irán y Corea del Norte han puesto sobre el tapete un asunto al que, increíblemente, la mayoría de los ciudadanos no presta atención, aunque es una espada de Damocles que pende sobre nuestras cabezas permanentemente. El cinismo de los Gobiernos es monumental pues no solo esos dos países emprendieron programas militares nucleares (el de Irán ahora paralizado) sino que hay otros que tampoco han firmado el Tratado de no Proliferación Nuclear (como India, Pakistán e Israel) que poseen armas atómicas y sofisticados vectores nucleares y de los que nadie dice absolutamente nada. Pero, son los cinco miembros del Consejo de Seguridad de la ONU con asiento permanente y con derecho de veto (EE UU, Rusia, China, Francia y Reino Unido) los que acumulan los mayores arsenales, sobre todo los tres primeros.

El armamento nuclear actual es mucho más potente que las bombas atómicas que se arrojaron sobre Japón, solo un misil intercontinental con base en tierra (ICBM) o en submarinos (SLBM) puede portar diez ojivas de reentrada independiente y arrasar diez grandes ciudades con todos sus habitantes a distancias de miles y hasta decenas de miles de kilómetros. Un solo submarino estratégico puede portar hasta 160 ojivas termonucleares en sus misiles intercontinentales y hacer desaparecer del mapa un país entero. El dinero que se gasta en estos arsenales nubla la vista y uno solo de esos sofisticados submarinos con sus misiles cuesta más que el presupuesto anual de algunos países. Si un Estado gobernado por un loco decidiera un día desatar un ataque nuclear y destruir los centros de mando y control enemigos, serían los robots con inteligencia artificial, seguramente los únicos que sobrevivirían, los encargados de la respuesta. Esa es la venganza de los muertos que países como EE UU y Rusia ya tienen operativa y lista para enviar a todos los habitantes de la Tierra al infierno.

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