Hace pocos días se ha entregado
el Premio Nobel de la Paz de este año, que se había concedido el 6 de octubre,
en Oslo. Este es el único de los Premios Nobel que no se conceden ni se
entregan en Estocolmo, la capital de Suecia, sino en el ayuntamiento de la
capital de Noruega y es una comisión de cinco miembros designada por el
Parlamento Noruego quien decide la concesión del premio. Yo he visto como el
Premio Nobel de la Paz no solo se daba a personajes como la madre Teresa de Calcuta,
también a individuos muy belicosos y causantes de muchos crímenes y guerras, como
Henry Kissinger, por ejemplo, pero me ha reconciliado con esa institución desde
que el año pasado se lo concedieron al presidente de Colombia, Juan Manuel Santos,
por sus titánicos esfuerzos para conseguir la paz en su país y acabar con una
guerra que duraba ya más de cincuenta años. Pues bien, este año se han
sublimado y el premio fue para la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares
(ICAN), un movimiento que agrupa a más de 500 ONG´s de más de un centenar de países y que lleva
luchando por esta causa desde hace más de una década. Al acto de entrega del
premio no solo asistió una amplia representación política y regia, también
algunos supervivientes de los holocaustos nucleares de las ciudades japonesas
de Hiroshima y Nagasaki, donde los muertos causados por el bombardeo estadounidense
en el acto y de sus secuelas suman unos 220.000.
La Tierra y las especies de
animales y plantas que pueblan la Biosfera están gravemente amenazadas por la actividad humana, pero si bien el cambio climático y el uso de algunos pesticidas ya están produciendo grandes catástrofes naturales y provocando una extinción masiva, que
podría llegar a incluir al Homo Sapiens si desaparecieran animales
aparentemente tan insignificantes como las abejas y las mariposas, eso no acabará
con la vida en nuestro planeta. Solo una catástrofe cósmica, imposible de
evitar pero muy improbable a corto plazo, o una guerra nuclear masiva podría
dejar este planeta tan yermo y muerto como Marte. Las crisis por los programas
de armas nucleares de Irán y Corea del Norte han puesto sobre el tapete un
asunto al que, increíblemente, la mayoría de los ciudadanos no presta atención,
aunque es una espada de Damocles que pende sobre nuestras cabezas
permanentemente. El cinismo de los Gobiernos es monumental pues no solo esos
dos países emprendieron programas militares nucleares (el de Irán ahora
paralizado) sino que hay otros que tampoco han firmado el Tratado de no
Proliferación Nuclear (como India, Pakistán e Israel) que poseen armas atómicas
y sofisticados vectores nucleares y de los que nadie dice absolutamente nada.
Pero, son los cinco miembros del Consejo de Seguridad de la ONU con asiento
permanente y con derecho de veto (EE UU, Rusia, China, Francia y Reino Unido)
los que acumulan los mayores arsenales, sobre todo los tres primeros.
El armamento nuclear actual es
mucho más potente que las bombas atómicas que se arrojaron sobre Japón, solo un
misil intercontinental con base en tierra (ICBM) o en submarinos (SLBM) puede
portar diez ojivas de reentrada independiente y arrasar diez grandes ciudades
con todos sus habitantes a distancias de miles y hasta decenas de miles de
kilómetros. Un solo submarino estratégico puede portar hasta 160 ojivas
termonucleares en sus misiles intercontinentales y hacer desaparecer del mapa un
país entero. El dinero que se gasta en estos arsenales nubla la vista y uno
solo de esos sofisticados submarinos con sus misiles cuesta más que el
presupuesto anual de algunos países. Si un Estado gobernado por un loco
decidiera un día desatar un ataque nuclear y destruir los centros de mando y
control enemigos, serían los robots con inteligencia artificial, seguramente los
únicos que sobrevivirían, los encargados de la respuesta. Esa es la venganza de
los muertos que países como EE UU y Rusia ya tienen operativa y lista para
enviar a todos los habitantes de la Tierra al infierno.
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