lunes, 3 de abril de 2017

ATENTADO EN SAN PETERSBURGO

Otra vez el terrorismo yihadista dejó su sello de muerte en Rusia. Cuando escribo estas líneas se contabilizan 10 muertos  y 37 heridos, aunque las víctimas mortales podrían aumentar, ya que hay varias personas en estado crítico. La explosión se produjo en un vagón del metro que se dirigía de la estación Sennaya Plóschad a Instituto Tejnologuícheski, en el centro de la ciudad. No es una casualidad que los yihadistas hayan golpeado ahora en San Petersburgo, ahí nació el presidente ruso, Vladimir Putin, su mayor enemigo, y allí estaba para asistir a una reunión política. El atentado habría sido aún mayor, y emular a la carnicería que provocaron los terroristas en el metro de Madrid, si hubiera explotado otra bomba camuflada en un extintor de una estación central del metro que los artificieros de la policía rusa lograron desactivar.
El oso ruso tiene grabados en su piel antiguos y recientes zarpazos del terrorismo islámico, algunos también en metros. En noviembre de 2.015 un Airbús A-320 que había partido con turistas rusos desde Egipto fue derribado por la explosión de una bomba. Se estrelló en la Península de Sinaí y murieron las 224 personas que iban a bordo, hombres, mujeres y niños. Todavía mas reciente, diciembre de 2.016, fue el asesinato del embajador ruso, Andréi Kárlov, en Ankara (Turquía). Pero, no debemos olvidar que el 23 de octubre de 2.002 un comando checheno de 50 terroristas secuestró el teatro Dubrovka, en Moscú y que el 1 de septiembre de 2.004 otro comando terrorista checheno secuestró una escuela de primaria en Beslán (Osetia del Norte). Pero hay una larga y antigua  lista de crímenes contra ciudadanos rusos en las antiguas repúblicas islámicas soviéticas, como describió muy bien en su libro “Laberinto” el ex-agente de la CIA, Larry Collin. Sin duda alguna, si exceptuamos cuando, siendo agente del KGB en la antigua Alemania del Este, Vladimir Putin, pistola en mano, evitó el linchamiento de sus camaradas, las decisiones más difíciles a las que se ha tenido que enfrentar el presidente ruso fueron las órdenes de intervención de las fuerzas de seguridad en el teatro de Muscú y en la escuela de Beslán, donde murieron casi todos los secuestradores, pero donde cayeron también decenas de secuestrados, niños incluidos. Rusia no podía ceder al chantaje terrorista y los secuestradores habían empezado a asesinar rehenes. Esas cosas desagradables van en el sueldo de un estadista, pero dejan mucho poso y regaron de lágrimas el rostro del que pasa por ser un tipo muy duro. Vladimir Putin se la juró entonces a los yihadistas, y se la volvió a jurar tras el atentado del Airbus en Egipto: “Perdonar a los terroristas es cosa de Dios, pero llevarlos ante él es cosa mía”, manifestó entonces.
Rusia aplastó a los yihadistas en Chechenia y sigue la lucha contra ellos en el Caúcaso. En Siria el apoyo al presidente Al Assad tiene carácter estratégico, pero también es un gran campo de batalla para dar hasta en el cielo de la boca a los asesinos del antiguo Frente Al Nusra y del Estado islámico, donde hay muchos mercenarios chechenos. “El terrorismo es un fenómeno global y para acabar con él es necesaria la colaboración de todos” ha repetido el presidente ruso. La lucha de Rusia contra los yihadistas no ha sido siempre bien vista en Occidente, que frecuentemente ha sido mas comprensivo con los terroristas que con las autoridades rusas. Es de esperar que ahora, cuando EE UU y varios países de Europa Occidental también han sufrido el zarpazo de los asesinos, algunos recientes, los atentados en Rusia merezcan los minutos de silencio, las condolencias, las editoriales indignadas y la solidaridad que otras veces se hurtaron.   


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