El Ministerio de Defensa ha sacado del congelador la decisión sobre la adquisición de aviones de
fabricación norteamericana F-35 B de aterrizaje vertical para el buque de
proyección estratégica Juan Carlos I, una decisión, casi tomada, que, al igual que Australia,
que cuenta con dos buques (Camberra y Adelaida) similares, construidos en
España por NAVANTIA, había quedado aplazada por dificultades presupuestarias y,
sobre todo, por las dudas que las prestaciones operacionales de la nueva aeronave
norteamericana había despertado entre los expertos. El F-35 Lightning II es un
avión de quinta generación (con capacidad, en teoría, furtiva) que fabrica la
compañía norteamericana Lockheed Martin como contratista principal, aunque hay
cientos de subcontratistas, algunos de otros países que también están
comprometidos en el programa. El avión fue diseñado para sustituir a varios
modelos y poder cumplir las distintas misiones que esas aeronaves todavía
realizan. Sobre todo debe sustituir a los F-16 de las fuerzas aéreas de los EE
UU y de los países de la OTAN y también a los F-18 de la NAVY. Hay tres
versiones del avión: el modelo A es el estándar, el B es de despegue y
aterrizaje vertical y el C está diseñado para ser embarcado en los grandes
portaaviones norteamericanos, tiene el tren de aterrizaje reforzado y las alas
un poco mas largas para descender sobre la cubierta a menor velocidad. El
modelo C es el mas elaborado y sofisticado, porque incorpora un sistema
completamente automatizado para hacer fáciles las difíciles tomas de “tierra”
en los portaaviones.
Si el programa del F-35 ya había
tenido multitud de problemas y se había dilatado en el tiempo mucho mas de lo
esperado, el resultado final del proyecto no puede ser mas desastroso. El precio se ha
disparado y puede llegar fácilmente a los 120 millones de euros por unidad y,
lo peor, las pruebas que se han realizado son decepcionantes. En concreto, la
NAVY anunció que no haría mas pedidos que el inicial y que compraría mas F-18
de generación 4++ hasta poder disponer de una aeronave de sexta generación que
cumpla las expectativas. Esa decisión seguramente será revisada por las
presiones de la Casa Blanca que, eso sí, ha obligado al fabricante a hacer una
rebaja en el precio del 30%.
España, como Australia, tiene un
problema: no existe ningún otro avión de aterrizaje vertical (el despegue se
hace utilizando la rampa inclinada 12 grados) en el mercado para sus pequeños
portaaviones que pueda sustituir a los ya anticuados y al límite de su
operatividad AV-8 Harrier. Es decir, el caro, difícil de mantener y de dudosa
eficacia F-35 es la única opción si se quiere disponer de aviación embarcada.
Ese es el meollo de la cuestión ¿necesita España un ala embarcada? Yo creo que
no, porque nuestro país, que no tiene intereses estratégicos lejanos, ya
dispone de tres magníficos portaaviones donde pueden operar todos los modelos
del mercado: La Península Ibérica, Baleares y Canarias. Para nada se necesita
un avión caro y problemático embarcado, con solo 900 kilómetros de alcance
(F-35 B) cuando podemos tener otros mas baratos y mucho mejores basados en
tierra. La opción inteligente sería meter en astillero al Juan Carlos I
quitarle la rampa de 12 grados y dotarlo con un escuadrón de helicópteros de
ataque Tigre y algunos antisubmarinos. Nuestra armada debe emplear sus escasos
recursos en sacar de una vez adelante el programa del submarino S-80 Plus y en
la fabricación de nuevas fragatas de última generación para sustituir a la
viejas de la serie Santa María. Y nuestro Ejército del Aire debe ir pensando ya
en que aviones de quinta generación serán necesarios para sustituir a los F-18,
que tan buen resultado han dado. Las servidumbres políticas no deberían
impedir, como no se lo impiden a Finlandia o India, poder disponer de magníficas
aviones a buen precio. Pero, esa es otra historia.
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