Ante las amenazas que se ciernen
sobre la Unión Europea, el presidente francés, Françoise Hollande, organizó una
minicumbre, en el Palacio de Versalles, donde estuvieron también los
mandatarios de España, Mariano Rajoy, de Alemania, Ángela Merkel y de Italia,
Paolo Gentiloni. Es la segunda reunión de este tipo y con los mismos
protagonistas que se hace en poco tiempo y eso revela la preocupación de los
dirigentes de los Estados mas importantes de Europa por lo que ha sucedido,
como el Brexit, y peor aún, por lo que podría suceder, la desintegración de la
Unión si en algún país, como Francia, triunfan opciones políticas que están
claramente al alza. Curiosamente, las amenazas que están en el horizonte no son
externas, a pesar de la nueva política proteccionista de Donal Trump y de que a
Vladimir Putin le encantaría que la Unión Europea se desintegrara, sino
internas, porque a la ruptura británica se une una pléyade de euroescépticos
que ha crecido como la espuma, a pesar de que algunos de ellos han sacado muy
buena tajada de la integración. Ante el vértigo que provoca lo que puede llegar
a pasar, las principales economías de Europa Occidental, Francia y Alemania,
quieren volver a la idea de una Europa de dos velocidades, en decir, un núcleo
duro donde estén los cuatro países mas potentes y donde se podrían agregar
algunos otros mas pequeños, pero con economías saneadas. El resto, es mas que
probable que acabaran fuera, que se cayeran por las alcantarillas. Esta sería
una consecuencia indeseable de la irresponsabilidad de haber incorporado a la
Unión un montón de países con economías en bancarrota y/o que habían
falsificado sus cuentas, como Rumanía, Bulgaria y Grecia, por ejemplo, pero
sería el mal menor.
Después de escuchar los discursos
que en Versalles se dijeron, parece que el único que tiene las cosas claras es
el presidente español, Rajoy, al que no le ha afectado todavía el pánico de una
posible desintegración. Mientras que los demás líderes solo pretenden salvar
los muebles y salvaguardar el mercado único, Rajoy puso el dedo en la llaga
diciendo, sin ambages, que España lo que quiere es una mayor integración y que,
si se va por ese camino, nuestro país va a estar en primera fila. No debemos
olvidar que en España se celebró un referéndum donde la ciudadanía aprobó la
Constitución Europea, una carta magna que los mismos que ahora se erigen en
defensores de Europa tiraron a la papelera de la Historia. No solo eso, España recibió
buenos dineros de los fondos de cohesión, pero los españoles hicieron un gran
esfuerzo para integrarse en la moneda única, perdiendo mucho poder adquisitivo
al pasar de la peseta al euro, algo que no sucedió en Francia, por ejemplo,
donde por ley se prohibió subir los precios aprovechando el cambio de moneda.
Pero, sobre todo, y a pesar de que España es el único país de Europa que tiene
parte de su territorio en África, el sentimiento europeísta de los españoles,
al contrario del de los británico y otros muchos, es inequívoco y va mucho mas de
las ventajas de una integración económica y monetaria, va mucho mas allá de la cartera,
está en el corazón. Durante mucho tiempo Europa fue el referente donde se
miraban los españoles que vivían en una dictadura aislada, retrógrada y
fascista y las ansias de tener los mismos derechos y libertades que tenían los franceses,
los holandeses, los belgas, los alemanes, etc, de poder formar parte de aquella
comunidad, eran muy fuertes y lo siguen siendo. La UE solo sobrevivirá si
avanza hacia una mayor integración y una verdadera unión constitucional y
política, donde Europa no solo sea un área económica, sino una verdadera
comunidad de pueblos con unos valores y un destino común. Esa es la Europa que España
quiere y Mariano Rajoy lo dejó muy claro en el Palacio de Versalles.
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