La odisea seguida por el avión
que transportaba al presidente de Bolivia, Evo Morales, desde Moscú, adonde
había acudido en visita oficial, de regreso a su país, pone en evidencia hasta
qué punto la legalidad internacional es mancillada y como mienten los Gobiernos
a sus ciudadanos.
En efecto, aunque las leyes
internacionales ponen especial énfasis en garantizar la seguridad de los vuelos
civiles y estos días hemos escuchado a varios Gobiernos europeos protestar
contra el espionaje de EE UU a sus propios aliados, se ha puesto en grave
riesgo la vida de las personas que iban en la nave y al presidente de un Estado
soberano. Además, se ha visto como las protestas de algunos ante el mandamás de
Occidente se hacían solo de cara a la galería, para calmar la ira de sus
ciudadanos, que han descubierto que sus llamadas telefónicas, correos, faxes,
etc, son interceptados impunemente sin mandato judicial alguno. Francia, Italia
y Portugal impidieron que el avión presidencial hiciera escala para repostar
combustible, que tuvo que dirigirse a un país neutral, Austria (¿quién dijo que
se acabó la Guerra Fría?) para poder tomar tierra.
En este incidente incalificable
hay que destacar el papel de España y las gestiones que el ministerio de Exteriores
hizo sin dilación, tanto a través del embajador en Viena, que acudió al
aeropuerto para hablar con el presidente de Bolivia, y también dando
autorización, faltaría mas, para que el avión presidencial hiciera escala en
Las Palmas (Canarias) para repostar queroseno.
A mí este episodio me recuerda
mucho al trágico vuelo 455 de Cubana de Aviación, donde, el 6 de octubre de
1.976, en el trayecto de Barbados a Jamaica, con destino final en la Habana
(Cuba), el DC-8 cubano sufrió un atentado en pleno vuelo donde perecieron 76
personas. Ahora, afortunadamente, no ha habido que lamentar desgracias
personales, pero han sido los mismos servicios de inteligencia los que han
estado detrás del incidente. El crimen organizado por el agente de la CIA, Luis
Posada Carriles, muy querido por los “demócratas” de la “gusanera” de Miami,
habría pasado inadvertido si las dos bombas de explosivo C-4 colocadas en la
aeronave hubieran explotado al mismo tiempo, como estaba planeado, pero quiso
el destino que no fuera así y que el piloto del vuelo 455 pudiera comunicar con
la torre de control antes de que estallara la segunda bomba. La grabación de
aquellos angustiosos minutos constituye un documento histórico de valor
inapreciable que deja diáfano hasta dónde son capaces de llegar los que se han
erigido en paladines de la democracia y de la libertad.
El grave incidente diplomático ha
servido para que todos tengamos muy claro quién es quién y para demostrar, una
vez más, que España, a pesar de algunas tiranteces de los últimos tiempos,
siempre está al lado de los países hermanos de América.
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