Ya estamos inmersos en plena
campaña electoral, tenemos elecciones municipales, autonómicas y europeas el 26
de mayo y es muy probable que las generales también estén cerca, incuso podrían
ser ese mismo día. Yo, lo confieso, hacía mucho tiempo que no tenía tanta
incertidumbre sobre lo que puede suceder como en los comicios que se avecinan,
aunque no soy el único. Me preocupa mucho lo que está pasando en la izquierda,
que, lejos de rectificar, ha seguido cometiendo los mismos errores de los
últimos años y los mismos errores que ha cometido la izquierda en toda Europa y
que en algunos países la ha llevado a la práctica desaparición. Por primera vez
la izquierda en España ha entrado en pánico, ese pánico que siempre les entra a
los irresponsables cuando se dan cuenta de los resultados de sus actos, y los “movimientos
telúricos” de estos días no son ajenos a ese pánico. En este asunto, el de los
resultados electorales, voy a dejar a otros hacer pronósticos sobre el futuro,
a mí me gusta más hacer “pronósticos” sobre el pasado, siempre acierto. Por eso
no me voy a equivocar si me refiero a lo que ha pasado en Francia y en Italia
(cuando veas las barbas del vecino pelar, pon las tuyas a remojar) hace muy
poco tiempo. En Francia, por ejemplo, el Partido Socialista casi ha
desaparecido y los poderes fácticos, y hasta una buena parte de la
socialdemocracia, han apoyado a Macron para que la ultraderecha de Marine Le
Pen no llegara al Elíseo. Solo han ganado algo de tiempo, un tiempo que no
están aprovechando. En Italia la ultraderecha de la Liga Norte gobierna con los
anarco-populistas del Movimiento Cinco Estrellas, mientras que la izquierda
tradicional, que tuvo el Partido Comunista más fuerte de Europa Occidental, ha
quedado reducida a la mínima expresión. Ese es el panorama. Si usted vuelve la
vista atrás y revisa las hemerotecas no se sorprenderá nada de lo que le ha
pasado a la izquierda en Francia y en Italia, verá al candidato socialista
francés, Hamon, pidiendo un salario social de 700 euros para todo el mundo y un
impuesto para los robots, o a los conspicuos y líderes del Partido Democrático
italiano queriendo mantener abierta la ruta de la inmigración irregular por
Lampedusa, por donde entraban africanos a millares.
La derecha y la ultraderecha en
España lo tienen muy fácil, las izquierdas se lo están poniendo en bandeja.
Nadie se acuerda de los escándalos de corrupción en el PP, no solo porque la
izquierda tiene los suyos propios, es que hay preocupaciones más gordas. Así
que, visto lo que les ha pasado a sus correligionarios, la izquierda va a
querer huir, como del agua hirviendo, de hablar de un salario social básico
para todo el mundo y del problema de la inmigración, pero la derecha, y, sobre
todo, la ultraderecha, inteligentemente, no van a dejar de arrimar las ascuas a
su sardina. Los salarios y las ayudas sociales que la izquierda ha repartido
alegremente en los ayuntamientos y en las comunidades autónomas donde
gobiernan, o donde cortan bacalao, plagadas de fraudes y abusos serán, dentro
del mismo contexto, un argumento muy valioso para la derecha y la ultraderecha
y exactamente lo mismo sucederá con los abusos en una sanidad pública “gratuita”
y universal que permite y fomenta el turismo sanitario o que en Rumanía y
Marruecos haya proliferado un floreciente mercado negro del medicamento, de
unos medicamentos que pagamos todos los españoles. Llegados a este punto, los
servicios sociales básicos y su supervivencia y mantenimiento bien podrían ser
el eje sobre el que puede girar una buena parte del debate electoral, un debate
donde la gente seria puede sacar mucho partido y donde los que, por acción, por
omisión, por ideología, por estupidez, o por irresponsabilidad pueden quedar con
el culo al aire. Explicar por qué las televisiones nos bombardean continuamente
con anuncios de seguros privados sanitarios, cuando tenemos una sanidad
universal y “gratuita” para todos o por qué nos dicen que complementemos la
pensión pública con un seguro privado de pensiones, en vez de subir las
cotizaciones al estatal que ya tenemos, por ejemplo, pueden ser debates muy
sabrosos, muy divertidos y, sobre todo, muy esclarecedores.
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