El Establishment político, es
decir, los partidos que llevan usufructuando el poder en España desde la
Transición, ha tenido hasta ahora mucha suerte, porque, a pesar de los
escándalos de corrupción, de su pésima gestión y, en general, de sus muchas
fechorías (que no le voy a listar aquí porque son de sobra conocidas) ha gozado de casi total impunidad y todavía no han sido suficientemente castigados por los
ciudadanos, no han perdido el poder. Hay una gran capa social especialmente perjudicada por los políticos que han primero propiciado y luego gestionado la
crisis, los jóvenes. Aunque se han hecho ingentes esfuerzos por idiotizar a los
jóvenes, favoreciendo fenómenos como el botellón (desde los propios ayuntamientos) en las escuelas o en las televisiones, por ejemplo, los políticos españoles han
cometido el tremendo error de pensar que han logrado desactivar esa rebeldía
consustancial con la juventud y que los jóvenes van a continuar indefinidamente
sumisos ante lo que les están haciendo. El primer aviso lo dieron el 15-M,
cuando el movimiento de los indignados llenó calles y plazas y aupó de la nada
a un partido, Podemos, que entró en el Congreso de los Diputados con nada menos
que 71 escaños. Pero, la formación política que lidera Pablo Iglesias enseguida
abandonó a los mismos que la auparon y se dedicó a hacer políticas que nada
tienen que ver con los principales problemas de los jóvenes, como coquetear con
los independentistas, apuntarse al nuevo totalitarismo feminista que había
inaugurado el PSOE y abanderar la inmigración irregular masiva ¡qué vengan
todos! Ningún programa de empleo juvenil ni ninguna política seria para los
jóvenes, para ese colectivo especialmente castigado que tiene casi un 50% de
paro, que copa los contratos precarios, los salarios y las condiciones
laborales más miserables o que, simplemente, ha tenido que emigrar para poder
tener un proyecto de vida. Cientos de miles de jóvenes y parejas viven en casa
de sus padres porque no pueden acceder a una vivienda y sobreviven gracias a
las ayudas de sus padres y/o sus abuelos como pueden. La irrupción de la ultraderecha
en las instituciones en España es un fenómeno reciente, pero que me temo va a
tener un largo recorrido. Los partidos políticos tradicionales, en particular
los partidos de la izquierda, tenían la ilusión de que los españoles, después
de cuarenta años de dictadura franquista, estaban vacunados contra experimentos
y proyectos ultraderechistas y que aquí no podía pasar lo que había sucedido en
otros países de Europa y del mundo. Estaban equivocados. Los jóvenes españoles
no han vivido en la dictadura del general Franco y no es lo mismo vivirla que
te la cuenten. Por eso los jóvenes españoles, al contrario de lo que piensa la
izquierda, pueden ser la principal masa electoral de la ultraderecha,
exactamente igual que ha pasado en otros países en el pasado cercano y en el
pasado lejano. Parece que no hemos aprendido nada. Una particularidad de los
jóvenes actuales es que el proceso de idiotización a que han sido brutalmente sometidos
no ha sido totalmente inocuo. Uno de sus efectos más perniciosos es que saben
poco de Historia y menos aún de política, no les interesa, dicen, por eso son
víctimas potenciales para los discursos simples, poco elaborados, pero que
coinciden con lo que ellos piensan. Las soluciones fáciles para los problemas complejos a todos nos encantan, pero especialmente a los jóvenes. La ultraderecha lo sabe y por eso pone el
acento en las cosas que no lo ponen otros. La izquierda no entiende la perspectiva
que los jóvenes tienen sobre lo que les está pasando, sobre lo que les están
haciendo y que ya están muy hartos. Y cuando los jóvenes se enfadan hay que
echarse a temblar. Les han dado móviles y redes sociales para tenerlos
entretenidos, pero han puesto un arma de destrucción masiva en sus manos.
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