Como habíamos previsto, la
coalición de partidos de derechas, entre los que se incluye la neofascista Liga
Norte, ha sido la que ha ganado las elecciones en Italia, aunque, en solitario,
han sido los populistas del Movimiento Cinco Estrellas los más votados. El Partido
Democrático, heredero de una izquierda que se ha ido descafeinando
progresivamente hasta no reconocerse ni ella misma, ha sido laminado y pasa, de
estar en el Gobierno, a ser la tercera fuerza política del país. La inestabilidad
está servida, como siempre en Italia, allí ya están acostumbrados, porque nadie
va a tener mayoría suficiente para gobernar. El Movimiento Cinco Estrellas se
presentó a las elecciones diciendo que no pactaría con nadie y eso va a hacer
muy difícil un posible pacto entre la formación del excómico, Beppe Grillo y el
Partido Democrático de Matteo Renzi y del actual primer ministro en funciones,
Paolo Gentiloni, precisamente porque muchos italianos que no han votado a las
derechas o a los neofascistas han votado a los populistas del Movimiento Cinco
Estrellas hartos con la pseudoizquierda hasta ahora en el Gobierno. Así que yo
no descarto un Gobierno en minoría de la coalición derechista que vaya
preparando unas próximas elecciones (Italia siempre está en campaña electoral)
salvo que “por el bien del país” el Movimiento Cinco Estrellas diga ahora digo
donde antes dijo Diego y forme Gobierno con el Partido Democrático. En la política
italiana hasta las cosas más descabelladas son posibles y un Gobierno entre
demócratas y populistas ni de lejos sería lo más extraño.
Tres son las conclusiones más
importantes que se deberían extraer de
lo que ha pasado: la primera, que la izquierda, como está pasando en casi
toda Europa, cada vez tiene menos fuerza, no por culpa de otras formaciones
políticas, sino por sus propios errores. La segunda, que si bien la coalición de
derechas ha ganado en votos y escaños, son los neofascistas de la Liga Norte,
los verdaderos vencedores en ese aquelarre, pues han pasado por encima al
partido Forza Italia de Silvio Berlusconi, es decir, Italia podría tener un
primer ministro neofascista (eso podría servir de coartada para el cambio de
opinión del Movimiento Cinco Estrellas de cara a formar Gobierno). La tercera, que hay una razón determinante para que haya sucedido esto, la inmigración
masiva que ha padecido Italia, la misma razón fundamental del Brexit, del triunfo
de Trump, de lo que ha pasado en Austria, en Hungría, en Bulgaria, en Holanda,
en Suecia, en Alemania, etc. El problema de la inmigración preocupa mucho a la gente
en Europa y mientras la izquierda dice que lo que hay que hacer es abrir las
fronteras y que vengan todos los que quieran, las formaciones fascistas, inteligentemente,
han arrimado esta ascua a su sardina. La ceguera de la izquierda para dar
solución a los problemas reales de la gente está alimentando un monstruo. Mientras
los ciudadanos ven peligrar los servicios sociales básicos que se consiguieron
tras la lucha de generaciones, ven como sus Gobiernos se han convertido en ONGs
que proporcionan unos ingentes recursos a los que huyen de los regímenes que
han propiciado las guerras que los mismos que ahora están tan compungidos
apoyaron. El Ejemplo de la Guerra de Libia y de las consecuencias que eso ha
tenido y está teniendo para Italia es paradigmático. La izquierda puede hacer
dos cosas, seguir en el Limbo, con sus bobadas y sus contradicciones, hasta
quedar reducida a la mínima expresión, o aterrizar y dar soluciones a lo que
demandan los ciudadanos. En Italia apareció el fascismo en los años veinte del
siglo pasado, un fascismo que luego se extendería por Europa, primero
desapareció (y la desaparecieron) la izquierda y luego la democracia. El
terrible final de aquella película lo conocemos todos.
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