Un drama enorme está sucediendo
en la antigua Birmania, ahora llamada Myanmar, más de 700.000 personas de la
minoría musulmana rohingya han tenido que huir de su país y refugiarse en la
vecina Bangladesh ante el genocidio al que están siendo sometidos. Aldeas
completas, al más puro estilo nazi, han sido masacradas por el ejército y no se
salvaron ni los niños. Estos sucesos tan horribles no son una singularidad
contemporánea en el mundo, hay otros también muy graves, como el drama de Libia
o el de Sudán del Sur. Los tres tienen una cosa en común, se habla mucho de
ellos y la gente está muy preocupada por lo que pasa allí, sobre todo los
fariseos, esos a los que menos quería Jesucristo, solo después de los mercaderes
del templo a los que echó a gorrazos. Esos fariseos, son los mismos que desde
los medios de comunicación y los Parlamentos azuzaron guerras e intervenciones
en Libia y Sudán y daban premios a la entonces líder opositora birmana Aung San
Suu Kyi, hoy consejera de Estado y, de facto, quien manda en Birmania ¿Ha
escuchado alguien criticar al actual Gobierno de Myanmar o a los de Libia y
Sudán del Sur, si es que en estos dos países hay alguna entidad que podamos
llamar Gobierno? ¿Ha escuchado alguien a aquellos belicosos amenazar ahora con
intervenciones militares para terminar con el drama de los refugiados que parten
desde Libia y mueren en el Mediterráneo, la hambruna causada por los señores de
la guerra en Sudán del Sur o el genocidio rohingya en Birmania? Yo no. Eso sí, los mismos que, de una u otra forma trabajaron contra los regímenes que
existían en esos países, que ni de lejos eran democráticos ni ejemplares, pero
no menos que otros que son sus amigos, son ahora los más compungidos ente los
holocaustos.
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