Yo espero que no quede ningún ingenuo
entre los lectores que aún piense que en verdad existe la economía de libre
mercado, la libre competencia y la dictadura económica de la oferta y la
demanda. Por si Karl Marx no hubiera desmostado suficientemente la patraña
liberal de Adam Smith en su famoso libro “El Capital”, es algo que todos podemos
observar sin gran esfuerzo, sirvan como ejemplos las tarifas eléctricas, los
oligopolios y el poder de las grandes corporaciones, que en muchas ocasiones
mandan más que los Gobiernos. Pues, los precios de las materias primas también
están sujetos a una manipulación artificial que nada tiene que ver con el
cuento de Alicia del señor Smith y de sus seguidores. En efecto, la oferta se
suele manipular de varias formas, bien poniéndose se acuerdo para reducir la
producción o bien provocando conflictos y hasta guerras. Tras la grave crisis
financiero-ínmobiliaria y de otra aún más grave, en la que seguimos inmersos,
que sigue creciendo y de la que se habla muy poco, la de la Deuda, se paralizó
el crecimiento económico y algunos Estados entraron en recesiónr, lo que
eufemísticamente llamaron “crecimiento negativo”, algo así como los “avances
hacia la retaguardia” de los ejércitos de Hitler cuando empezaron a perder la
guerra en las estepas y ciudades rusas. Esa brutal caída de la demanda provocó el
desplome de los precios de las materias primas, entre ellas el del barril de
petróleo (180 litros) que había estado alrededor de los 150 dólares y cayó
hasta casi los 20 dólares. Eso fue un duro golpe para todos los países
productores, pero para unos más que para otros. Mientras que Rusia y Arabia Saudí,
los mayores exportadores mundiales, capearon el temporal gracias a que no
estaban endeudados, otros, muy dependientes, con problemas internos o
internacionales graves, o con economías muy apalancadas lo empezaron a pasar muy mal, como Venezuela,
Irán o EE UU. En concreto, los EE UU habían hecho ingentes inversiones en la
extracción de petróleo por fractura hidráulica, hasta el punto que llegaron a
autoabastecerse y convertirse en el primer productor mundial, pero esas explotaciones no son rentables con el crudo por
debajo de los 75 dólares por barril y peligraba no solo la supervivencia de las
propias explotaciones y tener que volver a importaciones masivas, sobre todo
peligraban las devoluciones de los créditos billonarios que habían hecho los
bancos, entidades financieras que no habían logrado todavía recuperarse del
fangal inmobiliario para caer al pozo del “fracking”. En este sentido, más que
en la política acentuadamente proisraelí de su administración, hay que entender
algunas iniciativas del Gobierno de Trump, como la reciente ruptura del acuerdo
nuclear con Irán, que ha provocado la subida inmediata de los precios del petróleo
hasta los 80 dólares por barril. Rusia encantada, Arabia Saudí encantada, y los
EE UU más encantados que nadie. Que estas cosas las padezca el sufrido pueblo
iraní no interesa a nadie, pelillos a la mar. No es probable que el petróleo
vuelva a los precios que vimos en el pasado, porque las economías de muchos Estados
están en una situación tan delicada y el crecimiento económico tan comprometido
que no se podrían soportar, pero sí que se mantengan en la horquilla de entre los
80 y 90 dólares por barril. Ya se encargarán de que así sea. Qué razón tenía
usted, señor Marx.
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