miércoles, 21 de agosto de 2013

UN ESPAÑOL EN STALINGRADO

El próximo 23 de agosto se cumplirán 82 años del inicio de la Batalla de Stalingrado, actual Volgogrado (ciudad del Volga), la más sangrienta de la historia de la humanidad, donde murieron más de dos millones de personas, entre soldados de ambos bandos y civiles soviéticos. Todos los analistas y expertos en la Segunda Guerra Mundial coinciden en que en esta batalla se decidió el desenlace de la guerra, pues Hitler y su ejército no fueron ya capaces de recuperarse tras esta derrota. Protagonistas del drama fueron generales famosos, como el alemán Petreus o el ruso Chuikov, que llegaría a secretario general del PCUS y primer mandatario de la URSS, pero fueron soldados anónimos los que, con su sacrificio, lograron que la cruz gamada no ondeara en toda Europa.
En junio de 1.941 se inició la “Operación Barbarroja”, la invasión alemana de la URSS. Como había dicho Hitler a sus generales, no se trataba de una guerra común, sino de una operación de exterminio. Los nazis consideraban a los eslavos, como a los negros, sub-hombres, y pensaban que tenían todo el derecho a eliminarlos y quedarse con sus inmensas tierras y con las riquezas naturales de su patria. Poco tiempo antes, la URSS, muy debilitada por las luchas internas y por las purgas de Stalin, había perdido una guerra contra Finlandia y eso también dio alas a Hitler. Cuatro millones de soldados, 3 de Alemania y 1 de sus aliados fascistas, iniciaron una ofensiva sorpresa (existía un tratado de no agresión entre Alemania y la URSS) con la intención de acabar las operaciones antes de la llegada del invierno. En las primeras semanas después de la invasión los soviéticos sufrieron grandes pérdidas, pero pronto se dio la orden de retirarse hacia el Este dejando tras de sí solo “tierra quemada”. En esas fechas se produjo uno de los movimientos logístico-estratégico más grandes que se han hecho nunca y del que se ha hablado poco, en solo una semana, más de mil fábricas fueron desmanteladas y trasladadas desde las inmediaciones del Mar Negro hasta el Este de los Urales, una iniciativa que sería decisiva para la victoria final.
A medida que se estiraban las líneas alemanas y los soviéticos empezaban a oponer fuerte resistencia, Hitler se dio cuenta que no sería tan sencillo romper el espinazo de la URSS y tomar Moscú y se centró, junto con los finlandeses, en poner sitio a Leningrado (San Petersburgo) donde, en tres años, morirían 800.000 rusos, muchos por hambre y frío, y en tomar los pozos de petróleo y los campos de trigo del Cáucaso. El tirano alemán dio la orden de arrasar Stalingrado, una ciudad industrial que había sido construida con modernos edificios y muchos parques para sus trabajadores y que era el orgullo del régimen comunista. La ciudad fue bombardeada sin piedad por la Luftwaffe antes de ser asaltada por tierra y en pocos días se convirtió en un montón de escombros entre los que sobrevivían algunos aterrados civiles. Hay una magnífica película alemana sobre la batalla. Los enfrentamientos eran calle por calle y casa por casa, o lo que quedaban de ellas (“guerra de ratas”) y pronto los alemanes se hicieron con casi todos los barrios. Sin embargo, aunque muy diezmadas, tropas del Ejército Rojo resistían en algunas zonas de la ciudad, en particular en la orilla Oeste del río Volga y en la Estación Central de Ferrocarriles, pues se había recibido la orden del Kremlin de impedir que Stalingrado cayera a toda costa. La lucha en la Estación Central fue particularmente encarnizada, llegando en ocasiones al cuerpo a cuerpo. Entre los muchos muertos del Ejército Rojo había un teniente español de solo 22 años, pero que ya había participado en España en la Batalla del Ebro y en la Campaña de Cataluña y en Rusia en operaciones muy arriesgadas tras las líneas alemanas, se llamaba Rubén Ruiz Ibárruri y era el único hijo varón de Dolores Ibárruri, la líder del PCE. Gracias a aquellos sacrificios se lograría la victoria.
Stalingrado fue nombrada ciudad heroica y a Rubén Ruiz Ibárruri se le concedió el título de Héroe de la Unión Soviética, la más alta condecoración de la URSS. Un monumento recuerda su gesta en la reconstruida ciudad de Volgogrado.


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