martes, 30 de octubre de 2018

FRUTA EN LAS ACERAS


La realidad no es la que nos cuentan en los telediarios, eso son noticias, a veces baladíes o que suceden a miles de kilómetros de donde vivimos, la realidad está a la puerta de nuestra casa, en la calle. Haga usted el ejercicio de bajar a la calle sin prisas, solo a observar, y verá la auténtica realidad, esa que casi nunca es noticia. Mi calle es una calle de barrio como otras muchas calles de otras muchas ciudades de España y en ella no hay nada especialmente singular, hay cada vez más comercios cerrados, bares casi siempre vacíos, mendigos a la puerta de los supermercados con un cartón en el suelo a modo de letrero pidiendo una ayuda, abuelas y abuelos con sus nietos (sin ellos ya no habría niños) y cada vez más gente de otros países, que no te explicas muy bien como vienen aquí con las necesidades que nosotros tenemos. Es la calle la radiografía de una sociedad que a mí no me gusta nada, de una sociedad en crisis que está en las viviendas, con salarios de 800 euros y la calefacción apagada en pleno invierno, pero que solo ves bien reflejada en la calle. Hay que fijarse también en las aceras, porque las aceras nos enseñan una parte importante de nuestra verdadera condición. Dicen que los españoles somos muy limpios porque nos duchamos más que otros europeos, pero, la verdad es que somos unos guarros. Esos circulitos ya negros pegados en las aceras fueron en su día chicles arrojados al suelo, y esas colilllas fueron cigarrillos en la boca de la gente, y ese rastro todavía húmedo y vertical en el contenedor de basura fue un apretón de alguien en la noche pasada, y esa caquita fue de un can paseado muy temprano sin que nadie pudiera ver la fechoría de su dueño, y ese escupitajo de cualquiera con carraspera. Pues bien, en mi calle veo cada vez más viejos y yo no sé si por la moda vegana o porque los viejos, los que pueden, comen más fruta, han proliferado las fruterías como hongos. Algunas  de esas fruterías son tan pequeñas que cabe muy poca fruta dentro del local y cajas con manzanas, peras, ciruelas, etc, se exponen en plena acera ante la inacción de las autoridades, en esa acera de mi calle donde un perro levantará su patita, alguien tirará su chiche o su colilla y alguno con carraspera lanzará su escupitajo. Y esa fruta irá a parar a la boca de esos heroicos abuelos o al puré de esos nietos que llevan en brazos, precisamente en los que tengo depositada la esperanza, lo penúltimo que se pierde.

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