El ministro ruso de exteriores,
Serguéi Lavrov, pronunció hace unos días una frase lapidaria: “Ciertamente,
tras cuatro o cinco siglos que duró la dominación del llamado Occidente
Colectivo, no es tan fácil adaptarse a las nuevas realidades, a los nuevos
centros de fuerza económicos, financieros y políticos”, yo añadiría, porque
Lavrov seguramente no quiso mentarlo, militares. La frase forma parte de un
amplio discurso del ministro de exteriores ruso que no tiene desperdicio, por
la lucidez de las conclusiones y porque por estos lares no estamos acostumbrados
a que nos digan algunas verdades.
Lo que hemos conocido durante
siglos como Civilización Occidental, una civilización que junto a los crímenes
y los excesos del colonialismo y del imperialismo también expandió su cultura,
su religión y sus valores por el mundo, agoniza. Aquella civilización deslumbraba,
como deslumbró a Pedro el Grande, que se
empeñó en afrancesar Rusia. Pero, lo que verdaderamente ha hecho que Occidente
haya sido hegemónico en el mundo durante siglos ha sido su poderío económico,
cuyo liderazgo iba pasando de unas naciones a otras, de unos imperios a otros.
Pero, todo empezó a cambiar tras la Segunda Guerra Mundial y en eso, a la
postre hay que reconocerlo, tuvo mucho que ver la aparición en escena de la
URSS, que no solo convirtió a una gran parte del Este en una gran potencia,
permitió que muchos países se libraran de los yugos imperialistas francés,
británico, portugués o de los EE UU. Inmensas naciones como China o India, las
más pobladas del mundo, que habían quedado ancladas en la Edad Media y no
pintaban nada, empezaron a emerger con fuerza y en Indochina y otras partes del
Extremo Oriente también emergían otros pueblos y otros Estados, como Vietnam, tras
guerras terribles y convulsiones políticas tremendas. Tras la Segunda Guerra Mundial
también cambió la hegemonía imperial de Occidente, que paso de estar en manos
británicas a ser exclusiva de los EE UU. Pero, ya se había iniciado un proceso
imparable hacia el ocaso. Cuando acabó la SGM, nada menos que el 75% del
Producto Mundial Bruto pertenecía solo a los EE UU, en los años 70 del pasado
siglo los EE UU seguían teniendo el 50% del PMB, a mediados de los años 90
había descendido hasta el 25% y hoy está alrededor del 19%. Aunque los EE UU
han sido, ya les queda poco, la principal potencia económica del mundo, era,
sin embargo, Europa la que seguía guardando el bote de las esencias, de la
hegemonía político-cultural de Occidente. La creación de la Unión Europea afianzó
todavía más ese liderazgo. “La Unión Europea intenta evitar el modo de sentirse
perdida en este nuevo orden mundial” ha sido otra de las frases lapidarias de
Lavrov.
China será el año que viene la
primera potencia económica mundial y en 2.022 la primera potencia militar. Y
China solo es una pieza, aunque la más importante, de la nueva “Alianza
Continental” un ente tácito, y en ocasiones explícito, que está dibujando un
nuevo mundo multipolar donde el liderazgo va a estar muy repartido. Mientras
esto está sucediendo delante de nuestras narices, Europa está dejando de ser
referencia cultural de Occidente. El fenómeno de la inmigración masiva, con la
llegada de costumbres y tradiciones que nada tienen que ver con las europeas y
presionando a peores condiciones económicas y laborales a los trabajadores
europeos, está propiciando el ascenso de movimientos ultraderechistas y
neonazis y está cambiando muy rápidamente el panorama político de los países y
de las instituciones europeas, hasta la propia supervivencia de la UE está ya
en peligro. El mundo post-occidental está llegando para quedarse, no sabemos
durante cuantos siglos.
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