viernes, 29 de junio de 2018

LOS GRANDES COMPLEJOS DE LOS ESPAÑOLES


Todo el mundo tiene algún complejo, quien diga lo contrario miente, otra cosa es que sea consciente de ello o que exista realmente una justificación para estar acomplejado. Los/las hay que tienen complejo por ser gordos o calvos o por tener poco o mucho pecho, hay complejos para todos los gustos y disgustos. Pero, aunque algunos complejos, como los que he citado, pueden incluso degenerar en graves problemas psiquiátricos, no tienen, ni de lejos, la importancia de otros complejos que tenemos los españoles, no individuales, sino colectivos. Para mí uno de los complejos más injustificados que tenemos los españoles es el de nuestro papel en la colonización de América. Por supuesto que los conquistadores no fueron las hermanitas de la caridad y que se cometieron muchos excesos, pero hay dos cosas que nadie puede discutir: una, que lo que allí había era muchísimo peor que lo que llevaron los españoles, por mucho que algunos loen civilizaciones, como los Incas y los Aztecas, que sacrificaban a sus propios hijos o arrancaban los corazones, aún palpitantes, de sus víctimas para, en ceremonias atroces, ofrecérselos al Dios Sol y, otra, que en los países de Iberoamérica los amerindios siguen siendo muchos millones, mientras que en los EE UU, colonizados precisamente por los que levantaron la “Leyenda Negra” contra España, son una rareza recluida en reservas. Somos tan estúpidos y estamos tan acomplejados como colectivo, como país, que si alguien va por la calle con un jersey o una camiseta con la bandera británica o de los EE UU a todos nos parecerá bien, que mola mucho y que va a la moda, pero si lleva en esas prendas tejida o impresa la bandera de España, la constitucional, entonces es facha. Estoy completamente seguro que pasaría algo parecido si en vez de la bandera roja y gualda fuera la republicana tricolor.
Algunos de nuestros complejos más perniciosos los arrastramos merced a tantos años de dictadura franquista, desde mirar a los extranjeros del Norte de los Pirineos como si fueran superiores a nosotros, hasta confundir la democracia y las libertades con la permisibilidad total y el buenismo bobalicón. Ningún país del mundo permitiría que se ninguneara y se silbara a su jefe de Estado, sea rey o presidente de la república, que se quemara impunemente su bandera o que buques de una de sus regiones no enarbolaran en popa, como ordena la legislación nacional e internacional, el estandarte del Estado al que pertenecen; ningún país del mundo permitiría que narcotraficantes e independentistas agredieran a sus policías y ningún país del mundo permitiría que autoridades regionales se rebelaran contra el Estado.
Estos días se ha agudizado el debate sobre la conveniencia o no de sacar los restos del general Franco del Valle de los Caídos. Todo el mundo debería ver la magnífica serie “Dictadores” de una conocida cadena de TV de pago. No es una serie del “contubernio judeo-masónico-marxista”, es una serie británica (National Geographic) de la que no se desprende parcialidad. En ella queda muy claro que los fascistas utilizaron el exterminio sistemático de sus adversarios y el bombardeo criminal de las ciudades para imponerse y que miles de esclavos republicanos hicieron un gigantesco monumento, coronado por una gran cruz, para que fuera una obra que perpetuara en el tiempo la ignominia y el mausoleo del dictador. Años después de terminada la Guerra Civil continuaron las torturas en las comisarías (Billy el Niño, por ejemplo) y los fusilamientos. Decenas de miles de republicanos españoles siguen desaparecidos por cunetas o enterrados en gigantescas fosas comunes (no hay franquistas entre ellos) sin que sus familiares les hayan podido dar cristiana o atea sepultura. Solo acomplejados, como nosotros, podemos permitir esto y no hacer, de una puñetera vez, justicia. Una cosa es la necesaria reconciliación nacional y otra muy distinta la tergiversación de la Historia, el olvido de los crímenes y el desamparo a los familiares de los asesinados por parte de los poderes de un Estado que se llama a si mismo democrático.

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