Crece la preocupación entre los
EE UU y sus aliados de la OTAN con respecto a Turquía, un país todavía miembro
de la Alianza Atlántica pero que cada vez está más cerca de Rusia y de la “Alianza
Continental” un ente, más tácito que
explícito, económico y estratégico donde, además de Rusia, está China, India
Irán, Bielorrusia y las repúblicas islámicas exsoviéticas de Asia Central y
otros países menores asiáticos.
Todo empezó tras una carta que el
presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogán, dirigió al presidente de Rusia,
Vladimir Putin, a los siete meses de que un caza F-16 turco derribara a un
bombardero táctico SU-24 ruso que realizaba operaciones contra los yihadistas al
Norte de Alepo (Siria) cerca de la frontera turca. En la carta, Erdogán pedía
perdón y se comprometía a resarcir a los familiares de los dos pilotos rusos
fallecidos. Es difícil saber cuál fue el motivo del radical cambio de parecer
del presidente de Turquía, cuyas relaciones con Rusia después de aquel
incidente estaban bajo mínimos. Distintos analistas barajaron entonces las sanciones
impuestas por Rusia a los productos agrícolas turcos, a que los dos millones de
turistas rusos que veraneaban en Turquía dejaron de ir o a la paralización de
la construcción del gigantesco gasoducto que la empresa estatal rusa, Gazprom,
iba a tender desde Azerbaiyán hasta Italia a través de Turquía, pero hoy parece
más plausible que Erdogán estuviera perfectamente informado por los servicios
secretos de su país que se iba a producir un golpe de Estado para apartarlo del
poder. En efecto, a las pocas semanas de que el presidente turco enviara su
carta al Kremlin, hubo un intento de golpe de estado en Turquía y mientras
Rusia fue el primer país del mundo que, todavía en la vorágine de la asonada,
apoyó sin ambages al Gobierno de Turquía, otros, como EE UU y Alemania, esperaron
al desenlace. Eso abrió los ojos definitivamente a Erdogán que acusó a USA de
estar detrás del golpe de Estado apoyando al clérigo residente en los EE UU
Fethullah Gülen. Tras el fallido golpe de Estado no solo se inició en Turquía
una caza de brujas, pues, al parecer, el entramado tejido por Gülen era muy
amplio y de paso Erdogan se quitó a otros potenciales enemigos de en medio, también
se enfriaron las relaciones con los EE UU y con la OTAN. Tras varias
conversaciones entre Erdogán y Putin, Rusia parece estar convencida de que
Turquía se ha cambiado de bando, solo así se entiende que se haya reanudado tan
rápidamente la construcción del gasoducto Turk Stream, que va a proporcionar
100.000 puestos de trabajo en Turquía y que Rusia haya vendido a los turcos
varios de sus sofisticados sistemas de misiles antiaéreos S-400. El último episodio de esta deriva es que,
tras la anulación por el Congreso de los EE UU de la venta a Turquía de los cazas
de quinta generación F-35, ahora se teme que Rusia le venda a Erdogán los
Sukhoi SU-57, considerados por muchos expertos como los mejores aviones de
combate de quinta generación, por sus excepcionales características de alcance,
velocidad, maniobrabilidad y capacidad para llevar misiles pesados. Después de
su triunfo en Siria, si Turquía se pasa definitivamente al “lado oscuro” Putin
habrá conseguido un éxito estratégico inimaginable hace muy poco tiempo, sin
duda el más importante desde su alianza estratégica con China.
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