Ser inequívocamente de izquierdas
y tener una opinión crítica con la gestión que se está haciendo de algunos
asuntos, como el de la inmigración, no es fácil, porque corres el riesgo de que
te llamen traidor y mentiroso y te cuelguen los sambenitos de xenófobo, racista
y facha. Imagínese usted lo que eso puede significar para alguien que, como yo,
es seguidor de Karl Marx. Pero, aunque sé lo que les sucede al final de su
viaje, yo siempre he admirado a los salmones, su resolución y determinación
para subir cascadas y remontar ríos gélidos contra corriente, nadar miles de
kilómetros para morir, exhaustos, pero trasmitiendo sus
genes a la próxima generación, no porque sean valientes, es su condición.
Pues bien, el asunto de la
inmigración irregular masiva y sus repercusiones políticas y sociales me viene
preocupando desde hace mucho tiempo y he escrito muchos artículos intentando
analizarlo, “Ganó el Brexit” 24/6/16, “El problema de la inmigración en las
elecciones” 17/2/17, “La Ruta del Estrecho” 4/7/17, “Italia y la invasión que
nos espera” 20/2/18, son algunos de ellos. Aunque estoy acostumbrado a los insultos, tengo las espaldas anchas, no había
recibido tantos hasta que aparecieron en los medios varios de mis escritos donde
apuntaba que medio millón de inmigrantes subsaharianos habían cruzado desde
Libia a Marruecos a través de Argelia, al tiempo que ponía en la picota a los
que se habían apuntado a la Guerra de Libia, para “poner allí la democracia”.
Ya suponía por aquel entonces lo que iba a suceder en Italia y, por supuesto,
las mafias que trafican con personas también. Por eso, bastante antes de las elecciones
que se celebraron en el país transalpino el 4 de marzo y de que el nuevo
ministro de Interior italiano fuera el líder de los ultraderechistas de la Liga
Norte, Matteo Salvini, la gente bien informada sabía perfectamente que sería
muy probable que la ruta de la inmigración desde Libia a Italia a través de la
isla de Lampedusa podría ser cortada. Las columnas de inmigrantes que se
desplazaban entonces por el desierto argelino eran tan grandes que se podían
ver perfectamente con una conocida aplicación de Google (no hacen falta ahora
aviones espías U-2 o SR-71) y el CNI y el Gobierno de España tenían que saberlo
perfectamente (en caso contrario sería tremendo), por las imágenes que ya se
colgaban en Internet y porque algunos ya lo estábamos diciendo.
Este fin de semana otra vez
cientos de inmigrantes han llegado a Andalucía, otros también a Canarias, en un
suma y sigue que no hay país capaz de absorberlo. En los últimos cuatro meses
han llegado a Andalucía casi 12.000 inmigrantes subsaharianos, pero aún no
hemos visto nada. Exactamente esto mismo sucedió en Italia y las consecuencias
políticas de cómo se gestionó el problema están ahora a la vista de todos. El
mapa político de Europa está cambiando y lo está haciendo peligrosamente, hay
que estar muy ciegos para no darse cuenta que el problema de la inmigración es
la causa fundamental. Los dirigentes políticos europeos parece que no tienen una
perspectiva real del asunto. El sábado 23 de junio los presidentes de Francia,
Emmanuel Macron, y de España, Pedro Sánchez, que se habían reunido en El Elíseo,
propusieron crear una especie de campos de concentración en algunos puntos de
Europa para internar allí a los inmigrantes mientras se tramitan sus papeles,
al tiempo que amenazaron con sanciones a los países que no quisieran acoger más
inmigrantes. Esas amenazas no son nuevas, ya se las lanzaron hace algún tiempo
a Bulgaria y Hungría y entonces los primeros ministros de esos países, Borísov
y Orbán, contestaron que como les tocaran mucho las narices se pasaban al “lado
oscuro”, con Putin.
Bien, no era ningún alarmista ni
mentía, la invasión ya está aquí y no se piensa poner coto a ella, al
contrario, se colabora con las mafias y con esas ONGs, que han proliferado como
hongos, al tráfico de personas. Nunca, desde los años 30 del pasado siglo, el
futuro político de Europa estuvo tan en manos de los irresponsables.
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