lunes, 2 de mayo de 2016

EL TRATADO DE LIBRE COMERCIO

Si ya había gente alarmada porque las negociaciones entre los EE UU y la UE sobre un Tratado de Libre Comercio se estaban llevando a cabo con un secretismo sospechoso, las revelaciones que ha hecho la organización ecologista Greenpeace, que ha presentado 240 documentos secretos en los que queda de manifiesto la grosera presión ejercida por el Gobierno y las grandes corporaciones norteamericanas sobre Europa para que se firme el acuerdo bajo sus términos, ponen los pelos como escarpias. Solo hace falta leer algunos de los documentos para comprender, si aún no lo teníamos suficientemente claro, que la soberanía de la Comisión Europea y de algunos Gobiernos del Viejo Continente está supeditada no al mandato de los ciudadanos, sino de poderes que nada tienen que ver con la democracia.
El nuevo escándalo salpica de lleno al presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, que ya tiene una larga carrera de fechorías a sus espaldas, incluidas las cosas impresentables que hizo mientras fue primer ministro de Luxemburgo. Juncker, el político mas besucón desde Leonid Brézhnev, no solo no ha informado al Parlamento Europeo de lo que se estaba negociando, todo parece indicar que ya estaba trabajando por la firma de un tratado en unas condiciones inaceptables que, además, soslayan la actual legislación europea. Tras Jean-Claude Juncker, naturalmente, está la señora Merkel, valedora de las grandes empresas alemanas, que son las mas beneficiadas con un acuerdo que les abriría de par en par el mercado norteamericano.
El “Greenpeaceleaks” como ya se ha bautizado el escándalo, revela, por ejemplo, que se pretende autorizar la venta de carne hormonada y de todo tipo de productos modificados genéticamente. No solo eso, multinacionales norteamericanas podrían introducir pesticidas en Europa que han causado un daño atroz a las abejas. Este asunto, que ha pasado casi desapercibido para la opinión pública, constituyó uno de los puntos de fricción mas importantes entre Rusia y los EE UU en los últimos años. El presidente ruso, Vladimir Putin, protestó enérgicamente ante el secretario de estado norteamericano, John Kerry, en su visita a Moscú por la continuada protección del presidente Obama hacia los gigantes de la biogenética Syngenta y Monsanto. Tanta era la preocupación e indignación del Kremlin que advirtieron a Kerry que “el apocalipsis de las abejas” podría provocar la Tercera Guerra Mundial. La UE, dicho sea de paso, inexplicablemente, ha renunciado al mercado ruso y en ningún caso se plantea un acuerdo similar con Rusia, a pesar de ser vecinos y de representar nada menos que 150 millones de personas y un campo casi virgen para las exportaciones de la Unión.
Los activistas de Greenpeace están alarmados, con razón, y todos los ciudadanos de la Unión Europea también deberíamos estarlo, porque una cosa es un acuerdo racional para abrir el mercado de estas dos grandes áreas económicas, con 800 millones de consumidores, que tendría un efecto beneficioso para la economía mundial en un momento donde esta pasa por grandes dificultades, y otra muy distinta que las leyes y normativa europea sean vulneradas y que se negocie de espaldas a los ciudadanos un tratado que da miedo.


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