Para los que hemos tenido la desgracia
de sufrir el régimen del general Franco lo peor no era que no se podía votar y
que los cargos públicos eran puestos “a dedo”, lo peor era que no se podía
opinar y que disentir podía significar una paliza en la comisaría o incluso la
cárcel. Sin llegar a esos extremos, los periodistas se enfrentaban al reto
diario de dar la información, y de decir la verdad, sin que les cerraran el
periódico o la revista donde trabajaban. Había una figura, de la que se ha
hablado y escrito poco, patética, pues no se puede calificar de otra manera una
profesión así, la del censor. Eran unos mierdecillas, muchas veces bastante
incultos, que tenían en sus manos dar el visto bueno, o no, a lo que escribían
los periodistas y algunos articulistas que se habían convertido en pacíficos
francotiradores de la pluma o del teclado de la “Olivetti”, pero que para aquel
régimen eran un peligro potencial. A veces el ingenio de aquellos héroes
alcanzaba límites que hoy nos da risa, pero que entonces significaba jugársela.
Yo recuerdo a un hombre del tiempo ante un mapa de la Península Ibérica y las
isobaras diciendo “En España reina un fresco general procedente de Galicia”. Los
censores tragaron, pero había que tenerlos bien puestos para hacer cosas así.
En aquella revista memorable, La Codorniz, “la mas audaz para el lector mas
inteligente”, y en algunas otras, se podían ver cosas parecidas casi todas las
semanas, cuando no eran secuestradas, claro.
Aquellos tiempos negros creemos
que han pasado del todo y no se enseña a los niños en las escuelas el verdadero
valor de la democracia y la libertad y que esos son derechos que nadie te
regala, hay que luchar por ellos. No solo siguen mandando los de siempre,
incluso están volviendo a las andadas los censores, los palanganeros que
creíamos muertos y enterrados para siempre.
Cuando fue cesado de forma
fulminante en la COPE Federico Jiménez Losantos algunos ya dimos la señal de
alarma. No es que yo simpatice con ese periodista ni comparta sus ideas, todo
lo contrario, pero, como decía la biógrafa británica de Voltaire, Evelyn
Beatrice Hall (la frase es suya y no del pensador francés) “Estoy en desacuerdo
con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Tras
Losantos cayeron Ana pastor, Pedro J. Ramírez y ahora Jesús Cintora, pero son
solo la punta del iceberg de cientos de periodistas y opinadores que son
censurados en los medios de comunicación y que pierden su trabajo por ejercer
su libertad y libre albedrío.
Tal es la determinación de los
nuevos censores, y de sus amos, que no parece importarles que esos profesionales dirigieran programas o periódicos exitosos, porque piensan que pesa mas el
peligro de lo que dicen y lo que hacen que los beneficios económicos a corto
plazo.
Con el regreso de la censura vuelven
“Los ilegales”, y no me refiero al magnífico grupo jijonés, no estoy hablando
del “heavy metal”, vuelven los que tendrán que expresar sus opiniones en la
red, en los pocos periódicos y cadenas donde todavía anida la libertad o que,
en última instancia, tendrán que volver a la octavilla y a la “vietnamita”
clandestina.
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