domingo, 26 de mayo de 2013

SUECIA ARDE

Los disturbios que empezaron en los barrios de inmigrantes de Estocolmo se están extendiendo a otras localidades, en una orgía de vandalismo que, lejos de tener fin, parece que va en aumento. Lo que está sucediendo en Suecia no es una singularidad, todos recordamos los disturbios de fin de semana en Francia, donde ardían cientos de vehículos y eran arrasados comercios y mobiliario urbano hasta que Sarkozy ganó las elecciones. Pero hay otros países que pueden correr la misma suerte, desde Dinamarca a Italia, desde Gran Bretaña (sería la segunda parte) a España. Todos tienen una cosa en común, la población inmigrante ha crecido en los últimos años de forma espectacular  y en sus ciudades hay barrios enteros donde los extranjeros son mayoría aplastante.
Podríamos dedicarnos a buscar explicaciones comprensivas a las algaradas, es lo que suele hacer la falsa progresía, pero ello no puede ser óbice para obviar la realidad, la integración de algunas comunidades no ha sido posible y las consecuencias de la avaricia empresarial y de su pretensión de tener mano de obra muy barata, verdadero motor de la permisibilidad con la inmigración masiva, la pueden pagar las sociedades europeas muy cara.
Tenemos ejemplos muy claros de las graves consecuencias producidas por algunas oleadas de inmigrantes que se han producido en Europa, quizá la mas llamativa fue la de musulmanes albaneses que se instalaron en Kosovo, la provincia arrebatada a Serbia. Cuando la población de albanokosovares superó a la de los serbios (su tasa de natalidad era de mas del triple) los convirtieron en extranjeros en su propia tierra.
Lo sucedido en Francia, tras la independencia de Argelia, puede servir de ejemplo de como han sucedido las cosas. Hace años, cuando en el resto de Europa no existía el problema, los franceses ya padecían muchos de los problemas que se han convertido ahora en comunes. La táctica de los recién llegados era la siguiente: alquilaban un par de pisos en un edificio, enseguida empezaban los problemas de convivencia y los robos en los comercios, con la consecuencia última de la huida de los antiguos vecinos y comerciantes que tenían que vender o alquilar a bajo precio. Así se hicieron con barrios enteros en las principales ciudades de Francia. No solo eso, a pesar de que en aquella época no existía el problema del paro, muchos inmigrantes vivían de los subsidios y se aprovechaban de los servicios sociales que pagaban los franceses con sus impuestos y sus cotizaciones. Eso, y la ceguera de la izquierda, que siempre buscaba justificaciones, tuvo la consecuencia de que el partido de extrema derecha de Jean-Marie Le Pen, Frente Nacional, que ahora lidera su hija, obtuviera hasta un 15% de porcentaje electoral.
Naturalmente, no se puede generalizar, porque han sido mayoría los inmigrantes que han trabajado honradamente en los países de acogida y han cumplido con los obligaciones ciudadanas. 
Pero la crisis económica y el auge del fundamentalismo islámico han sido los detonantes de la grave situación actual. Los ciudadanos, que están sufriendo en sus carnes continuos recortes y que han visto caer en picado su poder adquisitivo, no están dispuestos a que millones de extranjeros, que ni cotizan ni trabajan, tengan sus necesidades cubiertas por el Estado. El problema se acrecienta con los hijos de los inmigrantes, de segunda o tercera generación. Esos jóvenes poco preparados, sin trabajo y sin perspectivas de futuro, son blanco fácil para el discurso integrista, que presenta a las sociedades occidentales como su enemigo y las culpabiliza de sus males.
Pues bien, los que la han liado que la deslíen. 

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