Dos graves problemas van a
estallar en los próximos días en España y en Francia, en nuestro país el
problema catalán alcanzará su cenit y en el país vecino el presidente Macron
sacará adelante la reforma laboral, ese aceite de ricino que los españoles conocemos
tan bien. Junto a la extinción de muchas especies de animales y plantas, por la
loca actividad humana, también están desapareciendo grupos étnicos humanos,
grupos sociales, grupos políticos, etc, la selección natural darwiniana opera a
todos los niveles y no siempre para bien, las moscas son las que mejor se
adaptan a la mierda, pero un millón de ellas no tienen razón por mucho que
insistan en que las cagadas son encantadoras. Yo prefiero eliminar las heces, la
caca y las boñigas.
Entre los que han desaparecido, o
están a punto de hacerlo, se encuentran (es un decir, porque ya cuesta mucho
trabajo encontrarlos) los intelectuales, esos individuos que antaño se
dedicaban a reflexionar sobre los problemas profundos e incluso sobre el sexo
de los ángeles, pero que eran muy necesarios. Los intelectuales, desde la Grecia
antigua a nuestros días, han sido vistos muchas veces como bichos raros, como
memos preocupados por lo que a nadie le interesa o como moscas cojoneras empeñadas
en picar en los cataplines a la gente. Cree el ladrón que todos son de su
condición. Nos han contado que los avances de la sociedad los han protagonizado
algunas sociedades humanas, nos han dicho que las grandes revoluciones
industriales, sociales, culturales, etc, las han hecho los pueblos, pero todo
es una gran patraña, los pueblos han participado, pero los que hicieron todo
eso fueron los intelectuales. Entre esa especie
ya rara avis y que pronto veremos en los museos disecados, momificados o
en formol, siempre hubo gente repugnante, algunos porque tenían de
intelectuales lo que yo de obispo y otros porque concebían ideas que daban
miedo, a la Historia pongo por testigo, pero los empeñados en asesinar a los
intelectuales, sean estos del pelaje que sean, son como los que quieren exterminar
a los lobos, no lo hacen por la condición de las víctimas, lo hacen por sus
intereses económicos y/o políticos. En la sociedad actual los librepensadores y
los críticos ya no son solo seres incómodos, desde que existe Internet son un
peligro. No se puede imponer el “pensamiento único” y contar mil veces una
mentira hasta que esta se convierta en verdad si hay francotiradores del
teclado y de la palabra que continua y razonadamente introducen en la red sus
reflexiones, si con argumentos incontestables algunos ponen en la picota a los
embaucadores y a los cínicos.
Pues bien, los intelectuales que
aún sobreviven a duras penas a la extinción, los que no han podido ser
sobornados ni callados de ninguna otra forma, en los últimos estertores de su
agonía, han dicho lo que iba a suceder, que si no se actuaba a tiempo habría en
España un “choque de trenes” y que en Francia Macron tendría que pagar a sus
valedores, a la banca y los poderes fácticos, los favores para llevarlo al
Elíseo, como han denunciado y anunciado otras tantas cosas en todo el mundo.
Finalmente, como casi siempre, tenían razón, y, en verdad, la mierda no era
encantadora, por mucho que lo dijera un millón de moscas, solo era mierda.
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