jueves, 17 de marzo de 2011

JAPON Y EL DEBATE NUCLEAR


Al hilo del maremoto de Japón, ha resurgido con fuerza el debate sobre la energía nuclear. Hacía tiempo que no veíamos discusiones tan encendidas en las redes sociales, en el trabajo, en los bares, etc, tal es así que mas que reflexiones inteligentes se parecen a la dialéctica de muchos aficionados al fútbol, que han convertido en dogma de fe lo que hace su club del alma. Hace ya tiempo, nos llamó poderosamente la atención el libro del ecologista británico James Lovelock, “La venganza de la Tierra”, que se ha convertido en una especie de Biblia para muchos conversos. En él, junto a reflexiones cabales donde se defiende la energía nuclear, se minimiza de forma imprudente las nefastas consecuencias que pueden acarrear los fallos de seguridad. Algo parecido, pero desde el otro extremo, estamos escuchando estos días a mucha gente que, a remolque de los acontecimientos nipones, se están dedicando a demonizar las centrales atomoeléctricas sin hacer un mínimo análisis comparativo con otros peligros y otros desastres medioambientales producidos por otras alternativas energéticas; que esto lo haga la gente de a pie, pase, pero no es serio que sesudos intelectuales y científicos caigan en el mismo error.
Porque, es cierto que, junto con el desastre japonés, ha habido algunos accidentes graves en centrales nucleares, en concreto dos, el de la “Isla de las tres millas”, en EE UU, y el de Chernóbil, en Ucrania, en total hubo unos 7.000 afectados graves y menos (hasta ahora) de 300 muertos. Pero también lo es que solo en las minas de carbón, en el mismo espacio de tiempo, los fallecidos en el mundo superan los 50.000, sin contar las graves secuelas que muchos mineros padecen para el resto de su vida, como la silicosis. Si a esto añadimos los desastres de decenas de superpetroleros, como el “Haven”, el “Exxon Valdez”, el “Castillo de Bellver”, el “Amoco Cádiz”, el Torrey Canion”, el “Prestige”, etc, o de plataformas petrolíferas como las que ardieron en la Guerra de Irak y el mas reciente en el Golfo de México, con gravísimas consecuencias para el medio ambiente, tendremos una perspectiva adecuada para debatir sin que nos dominen las vísceras. Aún hay más, la contaminación ambiental producida principalmente por las emisiones de CO2 y otros gases expulsados a la atmósfera por las centrales termoélectricas, los automóviles y las calefacciones, han matado en Europa el año pasado a unas 400.000 personas, ¿se imagina usted lo que dirían los antinucleares si eso lo hubiera provocado un accidente atómico?, pero nadie habla de eso.
Debemos ser conscientes que la mayor amenaza para el medio ambiente y para el planeta Tierra es el calentamiento global y el cambio climático, provocados principalmente por los millones de toneladas de CO2 que se emiten a la atmósfera. Es más, si no se actúa rápido y contundentemente, podría suceder que el frágil porcentaje de gases que forman el aire que respiramos cambiara dramáticamente, como ocurrió en el Jurásico-Pérmico, hace 175 millones de años, provocando que la mayor parte de animales y plantas desaparecieran (“La Gran extinción”). Pero también hay evidencias científicas que el calentamiento global está provocando alteraciones muy graves en los océanos y en los monzones, además de un alarmante incremento de la actividad sísmica y volcánica.
Es decir, conociendo sus riesgos, somos precisamente los que tenemos una clara conciencia ecológica los que apostamos por la energía nuclear, complementada con las renovables, eso sí, sin relajación alguna en las medidas de seguridad. No se pueden tener operativas, como ha sucedido en Japón, centrales atomoeléctricas General Electric, con tecnología de los años 60, al lado del mar, en un país que vive encima de una falla tectónica.
Si alguien tiene una alternativa mejor, que no pase por volver a las cavernas, que la diga.
NOTA: La foto corresponde a la central nuclear de Almaraz.

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