lunes, 21 de febrero de 2011

EL VERDADERO GOLPE DE ESTADO


Este miércoles se cumplen 30 años de la aventura protagonizada por el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero y por el teniente general Jaime Milans del Bosch, que ostentaba el mando de la Capitanía General de la III región militar. Tres décadas es un número bonito para que todo el mundo hable de este asunto, para que los medios de información llenen páginas y telediarios contándonos lo que sucedió y para que se publique algún que otro libro más con los mismos héroes y los mismos villanos. Es por eso que nosotros, aunque tenemos preocupaciones contemporáneas muy serias, algunas que seguramente podríamos compartir con usted, tenemos la obligación de hablar sobre el golpe de Estado, el verdadero, que no puede quedar falsamente escrito en la Historia.
La “tejerada” fue un atentado involucionista protagonizado por elementos fascistas nostálgicos del antiguo régimen del general Franco. Aquella gente, que formaba parte de lo que se llamó “El Bunker”, intentó forzar el poder, pero no el democrático, como nos han contado, representado en el Parlamento, el Gobierno y otras altas instituciones de Estado, sino el real, que en aquellos días estaba en muy distintas manos. La salida de los carros de combate por las calles de Valencia (de cuyas órdenes estábamos puntualmente informados gracias al equipo de radio de uno de los cazas Mirage III-E de la base aérea de Manises) ordenada por Milans del Bosch, el asalto a las Cortes por los guardias civiles llevados en autocares y otros movimientos que fueron neutralizados por La Casa Real, no eran operaciones destinadas a dar un golpe de Estado sino a reconducir el que ya se había dado, forzando otra salida sin ningún barniz democrático.
Meses antes del 23 F, habían comenzado maniobras de todo tipo para apear del poder a Suárez. D. Adolfo había sido elegido por el rey, a propuesta del Consejo del Reino, en una terna, junto a López Bravo y Silva Muñoz. La apuesta por Suárez se debió, entre otras consideraciones, a que era un hombre del régimen que no podía dar sorpresas, pero que no lo parecía tanto como los otros. Suárez había sido apoyado y aupado por Fernando Herrero Tejedor, un falangista vinculado al Opus Dei, y había ostentado cargos en la organización falangista y en RTVE, donde fue Director General. A la muerte de Franco, por sugerencia de Torcuato Fernández Miranda, fue nombrado Ministro Secretario General del Movimiento.
Suárez ganó las elecciones generales al frente de la UCD y se convirtió en el primer presidente democrático después de la transición. D. Adolfo se reveló como un político atípico, no solo era muy distinto a la fauna de personajes impresentables que buscaban acomodo en la nueva situación, incluso sobresaldría entre algunos que habían luchado por la democracia y la libertad. Suárez posiblemente fue un ingenuo, pero un ingenuo encantador, de los que ya es difícil encontrar. De verdad se creyó eso de que la soberanía reside en el pueblo y que el servicio a España estaba por encima de todo, teníamos un patriota de presidente.
En aquel país donde los atentados de ETA y del GRAPO regaban las calles de sangre habitualmente o donde abogados laboralistas eran asesinados por los fascistas, en aquel escenario de reconversiones industriales y dificultades de todo tipo, Suárez tenía un trabajo inmenso por hacer, una España democrática. Pronto empezaron las zancadillas y, con el transcurso del tiempo, la situación en el propio grupo parlamentario de UCD se volvió muy difícil.
Adolfo Suárez estaba rodeado de enemigos y lo sabía, pero tomó las decisiones que un español de bien estaba obligado a tomar. Pero algunas de sus iniciativas chocaron con intereses muy poderosos. La legalización del PCE provocó un gran descontento entre algunos militares, con dimisiones como la del almirante Pita da Veiga, pero fueron otras actuaciones y tomas de postura las que cavaron su tumba política. Suárez recibió en España a Arafat, cuando era considerado en algunas cancillerías occidentales como un terrorista, se negó a que nuestro país perdiera su neutralidad ingresando en la OTAN, incluso envió una delegación española, como observadora, a la Asamblea de Países no Alineados (no olvidemos que estábamos en plena “Guerra Fría”) y no quiso reconocer el estado de Israel mientras este país no cumpliera con las resoluciones de la ONU, incluyendo la devolución de los territorios ocupados. Eso fue demasiado.
Los enemigos interiores empezaron a gozar de apoyo exterior y hubo unos meses en que los servicios secretos de EE UU e Israel trabajaron a destajo en España.
Suárez, tras movimientos hostiles de todo tipo, incluido un intento de asesinato en el Desfile de la Victoria en Las Palmas (descubierto por los servicios de inteligencia sirios) se vio obligado a dimitir, así lo hizo en una comparecencia televisada histórica donde, en un supremo esfuerzo de servicio y responsabilidad, no dijo cuales eran las razones de esa decisión.
Los protagonistas del verdadero golpe de Estado se han ido de rositas, aún peor, algunos siguen dándonos consejos y van de estadistas sin pudor alguno. Estos días volverán a mentir como bellacos.
La vida y las circunstancias se han cebado con el presidente Suárez (nunca será ex) en lo político y en lo personal. No nos gustan los títulos nobiliarios, D. Adolfo no los necesita para ser grande de España.


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