sábado, 14 de julio de 2018

LOS ENEMIGOS DEL ESTADO-NACIÓN


Aunque está generalmente admitido que el Estado-Nación nació como ente territorial, político y administrativo con el Tratado de Westfalia (1.648) que puso fin a la Guerra de Los Treinta Años y al antiguo orden feudal en Europa, la verdad es que ya existía desde mucho antes. Sin remontarnos a los Estados-Nación de la antigüedad en Europa (Grecia y Roma) o a los de Asia (China) África (Egipto) o América (Inca, Azteca, Maya) por poner solo unos ejemplos, podríamos decir que el primer Estado-Nación moderno fue el que se formó en España con el matrimonio de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. En efecto, no solo la España primigenia de los Reyes Católicos tenía muchas de las características y estructuras de un Estado moderno, también puso la puntilla, en buena medida, al feudalismo, porque el Estado era el que empezaba a recaudar y a administrar el territorio, que empezó a dejar de ser feudo parcelado de la nobleza. La acumulación de capitales y la concentración de poder ya operaban desde mucho antes de que Karl Marx escribiera “El Capital” y el Estado-Nación era su mejor expresión. Durante siglos el Estado–Nación fue un instrumento de dominación de las élites poderosas y de las monarquías absolutistas, pero todo cambió con la Revolución Francesa, no porque cambiaran las estructuras del poder, eso fue durante un muy breve espacio de tiempo, sino porque se inoculó en la sociedad un virus, un virus que cambiaría el mundo, la democracia, el poder del pueblo. No había peligro mayor para los poderosos, para los que siempre tuvieron el mundo en sus manos e hicieron con él lo que les venía en gana, que un poderoso Estado-Nación en manos del pueblo. Precisamente por eso Karl Marx nos alerta de que acabar con el Estado-Nación, cuando no pueden hacerlo con la democracia, es la intención de los que no están dispuestos a permitir que el pueblo sea el soberano. En Europa asistimos desde hace tiempo a la demolición del Estado-Nación, bien con la creación de superestructuras, como la UE, dirigidas por burócratas al servicio del gran capital y que no elige el pueblo, bien destruyendo los Estados para crear entes más pequeños y más fácilmente dominables, como hemos visto en Checoslovaquia y Yugoslavia. Los nacionalismos aldeanos y los separatismos, en auge en España, Italia, Reino Unido, Bélgica, Alemania, etc, aunque con casuística distinta, convergen todos ellos en la destrucción del potente Estado-Nación, en la destrucción del instrumento de poder del pueblo. No es una casualidad que los Estados más poderosos del mundo, EE UU, China y Rusia, no toleren ninguna clase de tonterías con su integridad territorial y administrativa, con sus Estados-Nación.
La defensa del Estado-Nación, algo que soslayaron erróneamente los anarquistas, es fundamental, porque sin ese instrumento en nuestras manos las fuerzas no democráticas tomarán el poder otra vez, pero ahora sin golpes de Estado y sin guerras, mucho más fácilmente. Por eso coquetear con los que quieren minimizar y fraccionar el Estado-Nación, con sus enemigos, no puede ser el error que cometa la izquierda.

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