domingo, 5 de octubre de 2014

CRÍMENES DE GUERRA

Las decapitaciones de rehenes a manos de los terroristas del Estado Islámico han vuelto a poner sobre la mesa el asunto de los crímenes de guerra, no por casualidad, cuando los asesinados son ciudadanos de los países que han organizado, financiado y armado a los criminales. Este grupo y otros parecidos, como el Frente al-Nusra, llevan, sin embargo, cometiendo todo tipo de atrocidades en Siria desde hace bastante tiempo, sin que los vídeos e imágenes escalofriantes que se han podido ver en los medios de comunicación hicieran mover un solo dedo a los ahora escandalizados. Pero, es que la hipocresía sobre los crímenes de guerra cabalga triunfante, como si fuera el quinto jinete del Apocalipsis.
En 1.864 se establecieron los primeros Convenios de Ginebra, un paso fundamental en el Derecho Internacional. Tenían como objetivo limitar la barbarie de la guerra, dando protección a los civiles, a los prisioneros y a los heridos. Estos Convenios fueron actualizados en 1.949, después de lo que había pasado en la Segunda Guerra Mundial, y en 1.951 se completaron con el Estatuto de los Refugiados. Casi todos los países del mundo los han suscrito.
En el año 1.945 se creó la Corte Internacional de Justicia, principal órgano judicial de la ONU y se estableció su sede en La Haya (Países Bajos). En 1.946 pasó a denominarse Corte Permanente de Justicia Internacional, entre sus competencias está dictar sentencias sobre los crímenes de guerra.
A pesar de que existe una legislación bien clara sobre el asunto, un convenio establecido y un tribunal que depende de la ONU, los crímenes de guerra han seguido existiendo sin que, en la mayoría de las ocasiones, los responsables hayan sido encausados. Precisamente los que deberían hacer cumplir una normativa humanitaria básica, ya que se han autodenominado líderes del mundo, son los que han cometido, directa o indirectamente, mas crímenes. La guerra de Vietnam fue uno de los escenarios bélicos donde los periodistas y fotógrafos pudieron emplearse a fondo. Aldeas arrasadas por el napalm, tiros en la nuca a prisioneros, selvas enteras rociadas con el “agente naranja”, etc, eran portadas con las que se desayunaba mucha gente a finales de los años 60. Todavía eran peores los relatos de algunos soldados (imprescindible el libro “Hablan los desertores de Vietnam”), así hemos sabido, por ejemplo, como los prisioneros del Vietcong eran interrogados en helicópteros en vuelo y arrojados vivos al vacío si no hablaban.
Lo que ocurrió en el Cono Sur y en Centroamérica, en Yugoslavia, en Uganda, en Chechenia, en Líbano, en Gaza, el Iraq, en Libia y un larguísimo etcétera son muestras de que los crímenes de guerra siguen estando a la orden del día y siguen saliendo impunes.
EE UU, Reino Unido y Francia han puesto el grito en el cielo cuando han visto grabado en vídeo como los terroristas del EI decapitaban a sus ciudadanos, no es para menos, pero ¿qué han estado haciendo ellos durante años?
La guerra ya es lo suficientemente atroz para que no se le ponga algún coto y la defensa de los civiles, de los prisioneros, de los heridos y permitir a la Cruz Roja y al Creciente Rojo asistirles, como dice la Convención de Ginebra, no puede ser cuestionado. Tampoco que los criminales salgan impunes de sus fechorías.

Los que no aceptan la jurisdicción de la Corte Permanente de Justicia Internacional, para no tener que rendir cuentas de sus actos, no tienen derecho a escandalizarse de los crímenes ajenos.

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