A finales de 2010, me voy a ceñir
a la UE, las economías nacionales estaban en la cuerda floja por el impacto
brutal que había tenido la explosión de la burbuja financiero-inmobiliaria.
Muchos bancos y cajas de ahorros habían quebrado o estaban a punto de hacerlo.
Para evitar la hecatombe económica y para salvar a las entidades financieras, a
las instituciones europeas, de común acuerdo con los gobiernos de los Estados,
se les ocurrió la brillante idea de ordenar al BCE que pusiera a trabajar a
destajo la máquina de hacer billetes, a imprimir papel moneda sin respaldo de
ningún valor que, sumado al que ya había en circulación, excedía con mucho el
valor tangible que estaba respaldando al dinero, el PIB de los Estados. Con ese
dinero público llovido del cielo no solo se taparon los agujeros de las
entidades financieras, también se prestó grandes cantidades a los bancos para que éstos, a su vez,
lo prestaran a particulares y empresas, aunque lo que hicieron con él fue otra
cosa: comprar deuda de los propios Estados. Si me prestan dinero a
intereses negativos y con ese dinero puedo comprar deuda con buenos intereses
positivos ¿no me diga usted que no es un negocio maravilloso son complicarme la
vida? Muy pocos pusieron entonces el grito en el cielo
ante aquella fechoría monumental, ante aquel timo ¿Tuvo aquello alguna repercusión sobre la inflación? No, incluso tuvimos,
recuerden, inflación negativa, porque aquel dinero, como hemos visto, no fue a
parar a las manos de la gente, al consumo, sino a las balanzas de resultados de
los bancos. En esas estábamos cuando llegó la pandemia de Covid y como la
Comisión Europea y el BCE había visto que inyectar billones de euros de mentira
en el sistema no había tenido desagradables consecuencias (no las veían, que no
es lo mismo) pues dieron una marcha más a la máquina de hacer billetes para
repartirlos a los estados miembros. Así se pagaron ERTEs y otras ayudas ("bienvenidas las políticas keynesianas", dijeron algunos). El
dinero fiat esta vez sí llegaba directamente a los bolsillos de la gente, pero
la economía estaba paralizada y no se verían las consecuencias hasta el final de la pandemia y la reactivación económica y del consumo. Al mismo tiempo, se
estaba produciendo un fenómeno en Europa que se había agudizado con la burbuja
financiero-inmobiliaria, pero que iría en aumento con la crisis social del
Magreb y del África Subsahariana: la inmigración irregular masiva. A estos
flujos migratorios habría que sumar millones de refugiados de las guerras
provocadas por Occidente, desde Afganistán hasta Libia, pasando por Irak y
Siria. La Europa en grave crisis económica ya no tenía trabajo para esas personas.
Contemporáneamente, algunas élites gobernantes acometían, junto a poderes no
democráticos, una loca política de “ingeniería social”, esto es, sustituir las
sociedades civiles europeas que conocíamos por otras nuevas donde los inmigrantes sean
mayoría. Esto que para mucha gente puede parecer alucinante, ya es constatable. Por eso, por ejemplo,
Pedro Sánchez no nos va a contar qué es lo que discutió y acordó en las reuniones semisecretas que tuvo con George Soros y su equipo. Para sostener este
proyecto hacen falta ingentes cantidades de dinero en forma de ayudas, de
Ingreso Mínimo Vital, o de otros complementos a las ayudas estatales, como la
Renta Garantizada de Ciudadanía (RGC) que hay en Cataluña. Para que usted se dé
una idea de lo que estamos hablando, de los, probablemente, más de siete
millones de extranjeros que hay en España, solo están dados de alta en la
seguridad social 2.225.856, el resto vive del dinero fiat que les tramitan muy
ágilmente desde el gobierno central o desde los gobiernos de las CC AA, con
cientos de oficinas abiertas para tal efecto. Hace falta una complicada labor de investigación para descubrir en la maraña de partidas de los presupuestos, a veces camuflados en otros apartados, los muchos miles de millones de euros destinados a este fin inconfesable. Usted está pagando con sus sacrificios la inflación provocada por el dinero fiat que se está destinando a estas cosas, inflación que se ha agravado con las sanciones a Rusia. Decirlo, obviamente, no es políticamente correcto.
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