El asunto de la islamización de
Europa es preocupante por varias razones, fundamentalmente porque esas otras
culturas y esas otras religiones si llegan a ser hegemónicas cambiarán para
siempre el sentido de los valores y de la ética de los pueblos y de los países
de Europa, que están basados en la ética cristiana, mucho más buenista que la
musulmana. Esa es nuestra superioridad moral, pero también es nuestro talón de
Aquiles. Pongamos un ejemplo: En el artículo 14 de nuestra Constitución se dice
que “Los españoles son iguales ante la Ley sin que pueda prevalecer
discriminación alguna en razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión, o
cualquiera otra circunstancia personal o social”, artículos similares, a veces
literalmente idénticos, los hay en casi todas las constituciones de los
distintos Estados europeos. Vale, el artículo 14 tiene mucha guasa porque todos
sabemos que son los poderes públicos, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, los
primeros que se lo pasan por la entrepierna (Leyes de Género, por ejemplo, con
penas distintas por razón del sexo para el mismo delito) pero puede ser
esgrimido con intenciones aviesas ¿Por qué si una religión promueve cosas que
van en contra de los derechos fundamentales que consagra la propia Constitución,
como es el derecho a la vida, no puede ser discriminada? En Rusia los Testigos
de Jehová han sido prohibidos, entre otras cosas porque exigen a sus fieles que
no se hagan trasfusiones de sangre, ni siquiera a sus hijos en peligro de
muerte. En España los jueces han tenido a veces que intervenir para obligar que
se hicieran trasfusiones de sangre a hijos de testigos de Jehová, pero esa
secta del cristianismo sigue gozando de la no discriminación que le brinda el
artículo 14 de nuestra Constitución.
El islamismo choca frontalmente
contra los valores de Europa, pero, incomprensiblemente, en Europa se defiende
y se protege. Si un ciudadano europeo no musulmán se casa con cuatro mujeres,
las obliga a caminar detrás suyo y a llevar la cabeza (cuando no todo el
cuerpo) cubierta es un machista asqueroso, pero si es musulmán entonces es
intercambio de civilizaciones. Y son precisamente las feministas, empezando por
la ministra del ramo, tan quisquillosas para otras cosas, las que defienden
eso. El asunto es grave y tiene muchos matices: No todos los musulmanes son
iguales ni todos sus valores y su ética. Poco tienen que ver los valores y la
ética de los musulmanes de los países del antiguo socialismo panárabe (como
Argelia o Siria) y de palestinos o saharauis, donde, por ejemplo, las mujeres tienen
un tratamiento y una participación y reconocimiento sociales muy distintos, al de los países sunitas más radicales, que
son, casualmente, grandes amigos para Europa ¡Cuidado!
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