En otras entregas ya explicamos
que España compraba el doble de gas a Argelia que a Rusia, y también compraba
gas a otros países, todo ello mucho más caro que el gas ruso “por razones
geoestratégicas”, es decir, por órdenes de Washington. Pero había algunos
países, como Alemania, como Grecia, y como Italia, que se querían salir del
redil surtiéndose directamente de gas ruso por tuberías, gas que no es el obtenido
por fractura hidráulica, que no hay que transportar en buques y que no hay que
regasificar, es decir, gas mucho más barato. Eso no solo crea un problema
estratégico para EE UU, proporciona a Europa una ventaja competitiva. Pues
bien, es precisamente la ventaja competitiva la clave del conflicto que ha
estallado entre Alemania y los países del Sur, me explico: Alemania, siguiendo
más órdenes de EE UU, ha decidido cortar todo el flujo de gas ruso en los
próximos meses, aunque le echarán la culpa a Putin. Eso generará problemas muy
graves para la industria alemana e inconvenientes para la población, tanto de
confort como en muchos otros ámbitos. Para lidiar con todo esto, el gobierno
alemán de socialdemócratas, liberales y verdes (un cóctel explosivo si lo
fueran de verdad) necesita que otros países de la UE, como Francia, Italia y
España, que tienen más diversificadas sus fuentes de energía y que tienen la
capacidad de almacenamiento que no tiene Alemania, las pasen también canutas,
es decir, que no tengan ventajas competitivas y que su población pase también por las penurias de la población alemana (en Alemania ya instan a sus
ciudadanos a lavarse menos). Ese, exactamente, es el “compromiso de
solidaridad” que quiere Alemania. Pero, el conflicto de Ucrania está sirviendo
para agudizar los problemas que ya existían, como la inflación, y para que casi
todos los gobiernos de la UE, salvo los que se han pasado las órdenes foráneas
por el arco del triunfo, como el de Víktor Orbán, estén en la cuerda floja.
Algunos gobiernos ya han caído y otros ya ven las elecciones del horizonte como
una espada de Damocles. Tocar más los cataplines, en este contexto, a los
ciudadanos sería una temeridad.
Sánchez ha salido a la palestra
sacando pecho y los palmeros de turno dicen, a quien quiera escucharlos, que
“España había hecho las cosas bien" y que tenemos unas magníficas regasificadoras
y una capacidad que almacenamiento que Alemania, por comprar gas ruso mucho más
barato que le llega por gasoducto, no ha hecho. Seguramente en Madrid traguen
con ese discurso, pero la gente bien informada de la periferia, sobre todo si
eres de Gijón y conoces todo lo relacionado con la regasificadora de El Musel (cuya
autorización administrativa, después de años paralizada por estar inmersa en
problemas judiciales y por no tener conexiones, ha sido concedida ahora, aprisa
y corriendo, por el Ministerio para la Transición Ecológica) o sea, nosotros, no
vamos a tragar con eso. El conflicto del gas se resume en que, como en el
asunto del Sáhara Occidental, otra vez Sánchez se ha puesto a las órdenes de EE
UU, eso sí, como otros más al norte.
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