domingo, 17 de julio de 2016

LAS CLAVES DEL GOLPE

El golpe de Estado que una facción del Ejército Turco intentó el viernes 15 de julio ha fracasado, pero ha dejado tras de sí centenares de muertos y heridos y unas consecuencias para el país que todavía son difíciles de prever en toda su dimensión y que iremos viendo a lo largo de los próximos meses. De momento, el Gobierno turco ha iniciado una purga en el Ejército para limpiarlo de oficiales y jefes díscolos y lo mismo ha sucedido con la judicatura, con miles de jueces cesados fulminantemente. El presidente Erdogán aprovecha así la victoria sobre los golpistas para afianzar su poder e insistir en una deriva autoritaria que comenzó hace tiempo y cuyas últimas consecuencias son impredecibles. El Ejército, que siempre fue el poder fáctico en Turquía, a partir de ahora va a estar a completa disposición del presidente.
El rasgo mas llamativo del presidente turco, Recep Tayyip Erdogán, es que sus decisiones son impredecibles. Solo hace falta echar un vistazo a su biografía y a sus actuaciones para comprobarlo. Erdogán procede de una familia de inmigrantes georgianos pobres y se hizo a sí mismo con mucho esfuerzo. Estudió Política y Economía mientras trabajaba como empleado en una empresa de transportes. El 18 de mayo del 2.010 fue investido doctor Honoris Causa por la Universidad Europea de Madrid por su trabajo en aras de la reconciliación y el entendimiento entre distintos pueblos, religiones y culturas, en lo que se dio en llamar la Alianza de Civilizaciones, donde el expresidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero, también estuvo implicado. Pero, Erdogán, dejó a un lado esas políticas e inició un camino cada vez mas radical hacia el islamismo. En el año 1.998, conviene recordarlo. Erdogán ya había sido sentenciado a 10 meses de cárcel y a no poder ocupar ningún cargo en la Administración por haber recitado en público un poema del autor nacional, Ziya Gökalp que decía: “Las mezquitas son nuestras cuarteles, las cúpulas nuestros cascos, los minaretes nuestras bayonetas y los creyentes nuestros soldados”. Bajo el mandato de Erdogán el Estado islámico y el Frente Al Nusra han gozado de la colaboración de Turquía como país de tránsito para hombres, vituallas y toda clase de armamentos, unos llegados desde Ucrania y otros servidos de tapadillo, por algunas potencias occidentales. Cuando los peshmengas kurdos del IPG y del PKK empezaron a adquirir protagonismo en el Norte de Siria e Irak en su lucha contra los terroristas yihadistas, Erdogan rompió unilateralmente la tregua que duraba ya dos años y se dedicó a bombardear con su aviación y con su artillería las aldeas kurdas. El punto álgido del apoyo de Erdogan a los yihadistas fue cuando un caza turco F-16 derribó un avión de apoyo táctico Sukhoi SU-24 ruso que estaba bombardeando a los terroristas del Frente al Nusra al Norte de Siria. Las potencias occidentales apoyaron en todo momento esas actuaciones de Turquía e incluso la OTAN se alineó con Erdogán contra Rusia.

Pero, después de siete meses del derribo del avión ruso algo ha pasado que ha hecho cambiar a Erdogan de opinión. A finales de junio el presidente turco envió una carta al Kremlin donde pedía perdón, se ponía en el lugar de los familiares del piloto ruso, ofrecía todo tipo de compensaciones y prometía castigar a los culpables. No solo eso, Erdogan ofrecía su colaboración a Rusia para acabar con el Estado Islámico y el Frente Al Nusra. Naturalmente, Vladimir Putin no perdió un minuto en llamar por teléfono al presidente turco, aceptar sus disculpas y concretar una cita entre ambos mandatarios para empezar a atar cabos. Unos pocos días después, se produjo el intento de golpe de Estado, al parecer dirigido por Fethullah Gülen, un líder islamista que reside en Pensilvania (EE UU). Apuntemos también, porque no es baladí, que la Casa Blanca y la Cancillería Alemana no emitieron un comunicado apoyando al Gobierno turco hasta que los servicios secretos de ese país confirmaron el fracaso del golpe.

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