Cuando teníamos como moneda la
peseta, que dependía del Banco de España, las crisis se solucionaban , es un
decir, poniendo a funcionar la máquina de hacer billetes. Eso, como todo el
mundo sabe, provocaba una devaluación inmediata de la moneda, pues, si no
existe valor en oro, en divisas, o en confianza país, es un proceso automático.
El recurso de fabricar papel moneda en exceso ha estado históricamente muy
extendido y en las economías capitalistas está forzado porque el proceso de
acumulación del capital sustrae dinero del mercado y lo concentra en unas pocas
manos. Una de las causas de que estallara la crisis económica en la que estamos
inmersos fue que una enorme cantidad de recursos, en papel moneda, se retiró de
la circulación, del consumo, y se concentró en las hipotecas inmobiliarias de
pisos exageradamente caros. Constructores, bancos, intermediarios financieros y
especuladores acaparaban inmensos capitales mientras muchas empresas ya
empezaban a cerrar ante la caída del gasto de las familias en otros apartados. El
dinero que había antes de estallar la crisis no ha desaparecido, por eso la
razón de que los ciudadanos vivan peor que antes es que alguien se lo ha
llevado.
Algunos bancos centrales, como la Reserva Federal de los EE UU, o los británicos y japonés, han recurrido a
fabricar papel moneda en cantidades astronómicas como receta de emergencia para
intentar salir de una situación dramática. Los japoneses fueron los últimos en
apuntarse a esta heterodoxia económica, que tiene mucho de imprudente, al ver
que tanto en USA como en Reino Unido estaba dando buenos resultados. Naturalmente,
los billones de dólares, libras esterlinas o yenes que estos Estados han
introducido en el mercado no están respaldados por valor real, son solo papeles
que merecen la confianza que uno les quiera dar. Lo paradójico es que, en
contra del sentido común, estas monedas casi no se han devaluado, uno porque
tienen algunos instrumentos poderosos a su servicio, como el Banco Mundial, el
Fondo Monetario Internacional o la City de Londres, otro porque países como
China siguen comprando ingentes cantidades de papel moneda en los mercados
internacionales.
España, como en el pasado, no
tiene posibilidad alguna de salir adelante si no es mediante una devaluación de
nuestra economía. Pero ahora no se pueden fabricar pesetas que, con una
intervención estatal de los precios, podría dinamizar el mercado interno y
favorecer las exportaciones, porque, pertenecer a la UE y a la moneda única
tiene sus ventajas, pero también sus servidumbres. Lo que se está devaluando en
el país entero, retrocediendo a una velocidad vertiginosa en renta per cápita,
servicios sociales, pensiones, etc. Millones de trabajadores están ganando
menos dinero ahora que hace tres o cuatro años, cientos de miles de comercios y
empresas de todo tipo han cerrado y la hucha de las pensiones cada vez tiene
menos dinero.
Cuando el presidente socialista
Zapatero subió la edad de jubilación a los 67 años también elevó el cómputo de
la prestación de los últimos 15 años a los últimos 25. Se trataba de, con esa
sucia argucia, bajar las futuras pensiones en torno a un 15%. Pero, hete aquí,
que a la vista del deterioro de los salarios, sin quererlo, ha hecho un favor a
los trabajadores. No quedarán así las cosas, sino al tiempo.
La devaluación de España va a
continuar porque el dinero que nos han robado no volverá a nuestros bolsillos
ni al consumo, porque tenemos una Deuda cercana al 100 % del PIB, que hay que
pagar, y porque el BCE, a las órdenes de la Sra. Merkel, no va a fabricar mas
euros. A la devaluación económica hay que
añadir la devaluación moral, intelectual, sindical, política, en definitiva,
social, de todo un país, donde los ciudadanos tienen mucha responsabilidad
porque, aunque sigue habiendo elecciones, no han hecho nada para castigar a los
culpables o para dar un golpe de timón antes de que sea demasiado tarde.
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