Siempre ha habido gente dispuesta
a creerse cosas, personas que, sin prueba alguna y llevadas por sus deseos, por
corazonadas, o por la fe, aseguraban por, ejemplo, que las aguas del Mar Rojo
se abrieron para que pasaran por allí Moisés y los suyos. Si usted pensaba que
llegado el siglo XXI, y con tanta información como la que disponemos ahora, eso
habría ido a menos, quizá se equivocaba. Todos hemos visto como, por ejemplo,
en plena pandemia, gente con carreras universitarias e incluso periodistas y
escritores nos contaban desde algunos periódicos y desde alguna cadena de
televisión que el Covid era una conspiración de los comunistas chinos, el
financiero, Soros, el globalista, Gates, y unas cuantas entidades heterogéneas
más, en santa alianza, para inocularnos un nanoagente con las vacunas y
controlarnos a todos con el 5G. Algunos lo repetían continuamente, utilizándolo
como instrumento político a falta de mejores argumentos, aunque eran los
primeros que no se lo creían, pero hubo mucha gente que se lo creyó a pies
juntillas y no se vacunaron, aunque veían caer a la gente como moscas a su
alrededor. Hubo hasta quien perdió la vida por… bueno califíquelo usted. Pero,
ni mucho menos esta fue la única conspiración ridícula a la que hemos asistido
en los últimos tiempos, a mí me sigue haciendo mucha gracia la patraña de los
OVNI (que se desempolva de vez en cuando), no como objetos volantes no
identificados, que entra dentro de lo natural, sino del sentido que muchos le
han dado, es decir, de platillos volantes que andan por ahí en noches oscuras,
aterrizando en merenderos cerrados y abandonados (antigua serie “Los
invasores”) de donde salen tipos con el meñique tieso u hombrecillos grises, con
aviesas intenciones, abduciendo a los incautos. Los defensores de los llamados
“antiguos astronautas” dicen embustes tan ridículos como que fueron los
extraterrestres los que construyeron las pirámides de Egipto, para enfado del director
del Museo de el Cairo. Algunos de estos cuentos chinos los sacan incluso los
gobiernos, de vez en cuando, para despistar al personal de asuntos
verdaderamente importantes. Pero, la idiotez siempre puede ir un paso más allá,
y cuando podemos vez la Tierra en magníficas fotos y vídeos desde la Estación
Espacial Internacional y podemos ver con un telescopio casero que no hay ni un
solo planeta, ni una sola Luna, ni una sola estrella en todo el Universo
visible que no sean esféricos/as, hay ahora una pléyade de conspiracionistas
que dicen que nos engañan, que en verdad la Tierra es plana, llevando la
contraria a la evidencia, a toda la comunidad científica, a Anaximandro de
Samos (Grecia, siglo VI antes de Cristo) y a uno de nuestros héroes, Juan
Sebastián Elcano (“Primus circumdedisti me”). No contentos con todas esas
gilipolleces, salen ahora también con lo que han dado en llamar “chemtrails”
(en español, estelas químicas) y de ellos se ocupan ampliamente en las reses
sociales, en algunos periódicos y en algún programa de televisión. Se trata, al
parecer, que esas estelas que dejan los aviones, y que todos sabemos que se
deben a la condensación, en realidad forman parte de un plan diabólico para
regarnos con productos químicos e impedir que llueva. El asunto no hay por
dónde cogerlo, porque, son aviones de líneas comerciales los que dicen que
hacen esas cosas y tendrían que estar implicados cientos de pilotos y muchos
operarios en tierra, y mantener todos ellos el secreto. Por supuesto que nadie
ha presentado ni una sola prueba de esas conspiraciones, ni ha ido con ella al
juzgado a denunciarlas, solo hay fotos que cada cual puede interpretar a su
antojo. Todas estas modas ridículas, como otras que nos están afectando gravemente, vienen de EE UU. En concreto la patraña de los “chemtrails” empezó
allí hace decenios, no mucho tiempo después de que, en plena Guerra de Vietnam,
desde aviones Hércules C-130, se fumigaran selvas y arrozales con el
tristemente conocido “agente naranja) un defoliante que causó miles de muertos
entre los vietnamitas y malformaciones atroces en los recién nacidos, sin
contar con el desastre medioambiental logrado. De eso los conspiracionistas no
dijeron ni mu.
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