Para mí lo peor que ha sucedido
en este país el año que termina, y mire usted que hemos pasado cosas malas, ha
sido la aprobación de tres leyes consideradas por muchos/chas como progresistas
y de izquierdas: La llamada Ley del “Solo sí es sí”, la Ley de Familia y la
“Ley Trans”. Estas tres leyes no tienen nada de progresistas ni
de izquierda, de hecho, forman parte de una moda que empezó a difundirse en EE
UU en los sectores sindicalistas controlados por la mafia y que luego abrazaron
movimientos “progresistas” de aquel país. Sin embargo, la verdad es que estamos hablando de
una lucha con variopintos actores y cruzados intereses que busca cargarse la
estructura familiar y social de Occidente y que para conseguir sus fines no
renuncia a pasarse las constituciones por la entrepierna y al adoctrinamiento
de los niños en las escuelas desde muy tierna edad sin que los padres u otros estamentos sociales puedan hacer nada, porque esas leyes incluyen modificaciones del Código
Penal para castigar muy severamente a cualquiera que intente impedir su
implantación y desarrollo ¿Hay alguien, en su sano juicio, que se atreva a
discutir que no se ajusta a derecho que solo con el testimonio de una mujer y
sin ninguna prueba se pueda meter a un hombre en la cárcel, que un solo
individuo constituya una familia (familia monoparental entre los 16 nuevos
tipos de familia introducidos en la ley) o que un tipo con un pene de 30 cm se
pueda duchar con tus hijas en el gimnasio porque ha manifestado que se siente
mujer? Son cosas de locos, pero ¿Quién ha dicho que las cosas de locos no
pueden tener éxito? En este contexto, con esas leyes inconstitucionales, el control del Tribunal Constitucional es
fundamental, aunque yo tengo más que serias dudas que la dirección del PP esté por la labor de revertir la situación. Carmen Calvo, tan feminista ella, se ha abstenido en la votación
en el Congreso de los Diputados de la Ley Trans, se ha dado perfecta cuenta del
ataque que supone a los derechos de las mujeres. Toma ahora la conspicua
socialista de su propia medicina, porque votó a favor de la ley del “solo sí,
es sí”, que se ciscaba en los derechos de los hombres. La otra pata de la
ingeniería y la sustitución social es la inmigración masiva sin control de
ningún tipo, pero amparada y subvencionada. Como la moda “Woke”, esta también
proviene de EE UU (que se lo pregunten a los pocos amerindios que quedan allí,
la mayoría en reservas, como rarezas) Esa ingeniería social de sustitución a
través de la inmigración y/o colonización también fue implementada con notable éxito por los
sionistas en Palestina (en el actual Israel a principios del siglo pasado los
judíos solo eran el 5% de la población) o por Marruecos en el Sáhara Occidental
(Marruecos lo está llevando a cabo también en Ceuta y Melilla). En Europa el ejemplo más
llamativo lo tenemos en Kosovo, cuna de la patria serbia, donde ahora los
albanokosovares son mayoría y los serbios son parias en su propio país. Así es
como piensan acabar con la Europa Occidental que conocíamos, con nuestra sociedad, y ya están muy cerca (ha visto usted
a la selección francesa de fútbol). Pues bien, si en ese empeño hay extraños compañeros de cama, en la oposición a él también empieza a haber extraños aliados. Es cuestión de prioridades.
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